La campaña militar (28) | Análisis de Jesús A. Núñez Villaverde

Análisis de la campaña militar | Ecos del discurso del Día de la Victoria

El discurso de bajo perfil de Vladimir Putin solo puede entenderse como el reconocimiento, al menos íntimo, de una derrota

Jesús A. Núñez Villaverde

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Finalmente ha sido “más de lo mismo”. Podría decirse, en consecuencia, que Vladimir Putin ha vuelto a sorprendernos con su discurso de cierre del desfile militar que conmemora el Día de la Victoria contra la Alemania nazi, dado que las especulaciones más reiteradas se movían entre una declaración de victoria, que le permitiera poner en marcha un proceso de hibernación del conflicto hasta una nueva ocasión, o una movilización general, para llevar a cabo una ofensiva aún más brutal y resolutiva en la región ucraniana del Donbás. Pero más allá de esa relativa sorpresa, lo más relevante es que ese bajo perfil solo puede entenderse como el reconocimiento, al menos íntimo, de una derrota.

Por un lado, no ha podido declarar la victoria porque la situación en el terreno es tan contraria a sus sueños imperiales que sabía que no solo no lograría convencer a sus propios fieles, dentro y fuera de Rusia, sino que solo serviría para alimentar una mofa generalizada. De hecho, ni siquiera ha podido organizar una parodia de desfile militar en Mariúpol, dado que ni siquiera allí ha podido eliminar la resistencia a su dictado. La realidad es que en estos últimos días las unidades rusas implicadas en la ofensiva del Donbás apenas han logrado avanzar una decena de kilómetros en el mejor de los casos, mientras se están viendo obligadas a replegarse en los alrededores de Járkov e Izium y ya han perdido, con datos contrastados por fuentes independientes, en torno a un millar de blindados, una veintena de aviones y más de cuarenta helicópteros, además de ver destruidos unos 70 puestos de mando. Unas pérdidas, incluidas unas 30.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, que superan las capacidades de cualquier potencia media europea y que también para Rusia es un golpe que le impide mantener la presión en primera línea de combate con unidades diezmadas y sin relevo a la vista. Mientras tanto, Ucrania cuenta hoy, gracias a los suministros externos, no solamente con una moral de combate muy superior, sino también con medios que mejoran de lejos a los que tenía antes del inicio de la invasión rusa.

Por otro, una movilización general sería, asimismo, el reconocimiento del fracaso cosechado por sus mejores tropas. Las que Moscú pudiera generar ahora necesitan al menos seis meses de instrucción básica para resultar mínimamente operativas en una guerra tan real como la que se desarrolla en Ucrania. Y si ya inicialmente se consideraba que los 190.000 efectivos que Rusia había desplegado en la invasión eran insuficientes para controlar el país, una movilización general no solo no le garantiza un mejor resultado, sino que le puede crear a Putin muchos más problemas, en la medida en que la contestación ciudadana se pudiera hacer mucho más visible. Si se cuenta con que hoy Ucrania puede rondar los 500.000 efectivos en armas, contando con soldados, combatientes y milicianos de todo tipo, y que el atacante debe contar con una superioridad de al menos tres soldados por cada defensor (sin olvidar las necesidades de retaguardia para sostener el esfuerzo bélico), un cálculo elemental eleva la cantidad de tropas que Rusia debería movilizar a un volumen que supera con creces sus capacidades, contando con que no puede dejar paralizar la vida nacional en el resto de sectores de actividad.

Por todo ello, salvo una nueva sorpresa mayúscula, lo que cabe entender es que Putin, tratando de ponerse personalmente a salvo de cualquier revés que afecte a su poder, ha optado por no ir más allá.

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