El Madrid no existe
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Vivimos todavía bajo el influjo de la sacudida de las semis de la Champions. Quien me diga que no, miente. Quizás no la tenían presente los jugadores que saltaron al efusivo Benito Villamarín, pero los espectadores que nos mirábamos esa lata de partido, sí. Teníamos todavía en la retina el alboroto de aquellos 89 segundos, la confirmación del hado que les acompaña y que fue definido a la perfección por el compañero Fermín de la Calle: “El milagro como táctica”. Da igual a qué jueguen y contra quien jueguen. “Ellos” ganan así, y la remontada insólita, irreal, no humana, del Madrid, es lo que se acerca más a la definición de milagro.
Hay una película fundamental en la historia del cine (Ordet, de Carl Theodor Dreyer) en la que dos pastores protestantes daneses discuten justamente sobre la vigencia de los milagros. Uno, el más conservador, los defiende, porque dice que son una intervención directa de la gracia divina. Otro, más abierto, pero más arraigado en las esencias del luteranismo, dice que no, que un milagro es un atentado contra el curso de la naturaleza y, por tanto, contra su Creador. Al final de la película debe claudicar, porque él mismo asiste a la eclosión de un milagro, el de la resurrección.
En otra galaxia
Pero esta no es una crónica teológica, sino deportiva. Y el miércoles, en el Bernabéu, se demostró que la resurrección es posible y, más aún, es probable, si es que hablamos del Madrid. Lo confesó Rodrygo Silva de Goes: "Dios me miró y me dijo: Es tu día". Ante esto, hay poco que hacer. Si tienes la divinidad tan cerca de ti, dejémoslo correr. Al final del partido, un amigo, Joan Bosch, profesor de Historia del Arte, me escribió: “Quizás la mejor filosofía era la de mi padre. Era un pescador reflexivo que llegó, él solo, a uno de los hitos del idealismo alemán: en los últimos años de vida sostenía que el Madrid no existía”.
De hecho, es lo que hace tiempo que predica el Barça de Xavi, si dejamos a un lado el espejismo de aquel 0-4 de marzo. El Madrid vive en otra galaxia en la que se admiten como cotidianos los milagros. Forman parte del día a día. Y lucha, este Barça, en un universo de perdedores donde se celebra con entusiasmo una clasificación in extremis para la Champions como una victoria esplendorosa. Como la de esa chilena de Rivaldo contra el Valencia, el 17 de junio de 2001, que también evitó el ridículo de un futuro lejos de la aristocracia.
Y lo curioso es que, quizás como espejo fantasmagórico del Madrid, fue también un tanto milagroso, en el último segundo. Vivimos, pues, bajo el influjo del esoterismo. Y ahora nos aferramos a otro mensaje de la divinidad (o de las conjuras embrujadas). Cada vez que el Betis gana una Copa del Rey (1977, 2005), el Liverpool triunfa en Europa. Todos pendientes de Sevilla, pues, a ver si las premoniciones nos permiten dejar de pensar que el Madrid no existe.
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