La victoria vista desde Ucrania
Cuando se avecina una nueva ofensiva general rusa en el frente este y sur del país, se impone la sensación de que estamos ante un empantanamiento que puede prolongarse indefinidamente
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Cuando ya se han cumplido dos meses desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, y cuando desgraciadamente los combates se suceden a diario, comienza a cobrar fuerza un discurso que sostiene que Ucrania “puede ganar si recibe el equipamiento adecuado”. Una afirmación que ha vuelto a repetir el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin- acompañado del secretario de Estado, Antony Blinken- en su visita a Kiev, el pasado día 24.
Ese tipo de proclamas necesitan un mínimo escrutinio para evitar confundir los deseos e intenciones con la realidad sobre el terreno. Salvo que se quiera forzar el sentido de un concepto tan exigente como el de victoria, la cruda realidad determina que, a pesar de todos los errores y reveses que están sufriendo los invasores, sigue estando fuera del alcance de las fuerzas ucranianas expulsarlos del territorio ucraniano, recuperando Crimea y la totalidad del Donbás y de las zonas que Moscú ha ido obteniendo por la fuerza en estos dos meses. Es cierto que las fuerzas ucranianas están demostrando una impresionante voluntad de resistencia, desbaratando los planes de Vladimir Putin. Pero, cuando se avecina una nueva ofensiva general rusa en el frente este y sur del país, se impone la sensación de que, en el mejor de los casos, estamos ante un empantanamiento que puede prolongarse indefinidamente, sin que ninguno de los contendientes esté en condiciones de imponerse definitivamente a su enemigo.
En términos más realistas, lo máximo a lo que puede aspirar ahora mismo Ucrania es a no desaparecer como Estado independiente (aunque fragmentado) o a impedir el control total del Donbás por parte de Moscú. Pero eso no es una victoria.
Por otra parte, lo que Austin ha declarado no es un deseo inocente, animando a un circunstancial aliado en su enfrentamiento con Rusia, o el resultado de un cálculo detallado de lo que sucede en el campo de batalla. Más bien cabe interpretarlo como un mensaje intencionado, que busca estimular a Kiev para que siga cumpliendo una tarea doblemente relevante: defenderse a sí mismos y defendernos a nosotros (EEUU-OTAN-UE). Una vez que ha quedado claro, por un lado, que ningún país de la OTAN va a desplegar sus soldados en suelo ucraniano ni la Alianza va a establecer una zona de exclusión aérea y, por otro, que Putin no va a cejar en su empeño militar, el suministro de armas a Kiev se convierte en la vía principal de apoyo (junto con las sanciones económicas a Moscú).
En esa línea, el condicional empleado por Austin- “si recibe el equipamiento adecuado”- abre un amplio espacio a la especulación sobre el grado de implicación que están dispuestos a fijar quienes con declaraciones un tanto pomposas proclaman el apoyo “rotundo” o “total” a Ucrania. No parece que Volodímir Zelenski lo esté calificando de ese modo, aunque se muestre agradecido con lo recibido hasta ahora, sabiendo que sin ese material la situación actual sería mucho más angustiosa. Es evidente que, gota a gota, más y más países han ido aumentado la ayuda militar, pasando de armas ligeras y material exclusivamente de defensa a armas pesadas que ya incluyen blindados, helicópteros y hasta aviones de combate. Pero parece claro que se trata de un apoyo limitado por definición, para no activar el mecanismo de respuesta directa de Moscú contra quienes ya ha calificado como países hostiles.
Y llegados a ese punto, a Rusia todavía le quedan más bazas por jugar para doblegar a una Ucrania que, por sí sola, no puede derrotar a quien busca su ruina.
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