UN SOFÁ EN EL CÉSPED

Igual que hace seis meses

Xavi observa preocupado la primera parte del Barça-Rayo en el Camp Nou.

Xavi observa preocupado la primera parte del Barça-Rayo en el Camp Nou. / Jordi Cotrina

Josep Maria Fonalleras

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Antes del decisivo partido contra el Rayo Vallecano – todo un hito en la historia reciente del Barça –, nervioso y con ganas que empezara esta casi final para poder estar entre la aristocracia europea, me refugié en las elecciones francesas, para saber, sobre las ocho, si finalmente Macron nos ahorraba el discurso triunfal de Marine Le Pen. Ganó Macron de calle (bueno, no tanto), pero no pudo evitar el discurso, porque la hija de aquel Le Pen que empezó a meterse en la lucha por la presidencia hace veinte años ya ha conseguido, en buena parte, lo que quería. Que Francia se dividiera en dos, que es lo que les encanta a los de extrema derecha, a la espera que una de esas dos, tarde o temprano, sea la suya.

Un Barça descafeinado

Me refugié, pues, en París, mientras sonaba el himno de Europa, la Novena de Beethoven, el Himno a la Alegría, y Macron avanzaba, con la torre Eiffel al fondo y con gritos de sus seguidores, que no eran precisamente alegres, sino un poco monótonos y rituales. Como en el Camp Nou. Cambié de canal y me encontré con una escenografía igual de ritual y monótona: los gritos de aliento de una afición que ya no sabe a qué ni a quien anima. Ni para qué.

Durante el partido estuve tentado de volver a Francia, pero allí ya estaba todo el pescado vendido y me quedé con el Barça. Aun no sé por qué. Aun ahora me pregunto porque decidí asistir a esta penuria acumulada, a este despropósito sin piedad, a esta tristeza permanente. De acuerdo, al final podíamos haber empatado. ¿Y qué? Diez minutos un poco intensos para esconder un ridículo colosal. Hoy por hoy, sin Pedri ni Piqué (la esperanza del futuro, el eslabón que nos liga al pasado) este equipo no sabe jugar a futbol ni sabe a nada, soso, descafeinado, aburrido.

Es probable que tanto Aubemayang como Dembélé, que no sé si habrán votado como franceses que son, estuvieran también pendientes de lo que pasaba en París. Si no, no se entiende el desapego en el campo y la falta de concentración (bueno, Dembelé un poco menos, pero inofensivo). Y tampoco se entiende que no seas capaz de marcarle un gol a los de Vallecas en 195 minutos. Porque no si se recuerdan que hace seis meses perdimos (1-0) allí y que luego Koeman voló por los aires.

Desde aquel octubre ha pasado de todo y hemos vivido tiempos ciclotímicos, desde la euforia inicial por un Xavi renovador de las esencias a nuevas y terribles depresiones, pasando por el festival del Bernabéu y, ahora, por tres derrotas muy dolorosas seguidas. En casa. No sé si Xavi tendrá ánimos para volver a repetir que estamos en el buen camino. La derrota de octubre significó un cambio de rumbo. Hemos vivido en la ilusión, efectivamente, de enderezar el barco que iba a la deriva. Pero sigue a la intemperie y con vientos en contra, similares a la descomunal tormenta de granizo del día de Sant Jordi. Y con la Champions aun por atar.

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