Pasado por agua

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Sant Jordi contra todo

El buen inicio de la jornada permitió capear el efecto de la lluvia, gran enemigo de la ‘diada’ y factor a tener en cuenta en el debate de prolongar la fiesta del libro a más días

Lluvia en sant Jordi

Lluvia en sant Jordi / Ricard Cugat

Tras un Sant Jordi tocado y hundido por la pandemia y otro de normalidad a medias y enmascarada, el de este sábado debía ser el del retorno a la normalidad. Con las ganas atrasadas de celebrar la fiesta, incluso el de superar todas las ediciones. No pudo ser. El buen arranque permitió solo capear dignamente el efecto de la lluvia, el gran enemigo de la fiesta del libro y de la rosa.

Las tres granizadas sucesivas, los chubascos por sorpresa y las ventoleras a traición causaron estragos en bastantes puestosde librerías y editoriales. La peculiaridad del funcionamiento del mercado del libro (los libreros compran los ejemplares pero en sus cálculos cuentan con que pueden devolver los no vendidos a distribuidores y editores y recuperar lo abonado; pero eso no sucede con los ejemplares dañados) hace que el quebranto pueda recaer de forma desproporcionada en quien haya padecido directamente los infortunios meteorológicos, a no ser que el conjunto del sector arbitre alguna fórmula para equilibrar las consecuencias. No solo de esto se deberá hablar a partir de lo sucedido este sábado. Las veleidades del calendario ya habían aconsejado en más de una ocasión plantear la festividad como un evento más prolongado en el tiempo, incluso a una semana, aunque las dificultades logísticas de sostener el brutal esfuerzo que supone organizar la jornada habían disuadido de hacerlo. La meteorología añade un factor más para la reflexión.

Este Sant Jordi también ha sido en Barcelona el de la consolidación de la fiesta en un paseo de Gràcia cortado a la circulación (donde se ha concentrado el sector profesional), un área peatonal más amplia que englobaba también una Rambla de Catalunya dedicada a las entidades sociales que también participan de la fiesta y un Sant Jordi descentralizado en varios barrios. En las breves horas en que el tiempo lo ha permitido, la afluencia de público en todo lo largo de este efímero 'paseo del libro' ha demostrado el acierto de la opción elegida por el Ayuntamiento de Barcelona y la Cambra del Llibre. La ampliación de los espacios dedicados a la fiesta en los últimos años (desde las Rambles a la Rambla de Catalunya, que pronto llegó a un estado de congestión insoportable e incluso cuestionable desde el punto de vista de la seguridad) ha sido uno de los síntomas de su crecimiento. En próximos años seguirá habiendo oportunidades de mejorar aspectos como el ajuste entre los espacios para ventas y firmas, o la posibilidad de revisar la distribución de espacios de forma más equilibrada entre el paseo de Gràcia, la Rambla de Catalunya y las calles perpendiculares.

Pero después de Sant Jordi la vida sigue. Y si se toma como referencia lo sucedido en los últimos meses, las que este sábado rugieron sobre Barcelona no son las únicas nubes negras que asoman en el horizonte. Durante los dos años de pandemia, el libro vivió un tiempo de bonanza pese a todo, como forma de consumo cultural que partía con ventaja respecto a las que sufrieron más duramente el confinamiento y las restricciones de acceso y que incluso mostró su capacidad de reivindicarse como espacio de reflexión en tiempos de incertidumbres y también de alternativa a la fatiga ante las pantallas. En los últimos meses algunas de estas ventajas competitivas han desaparecido, las ventas se han resentido y la disminución de la capacidad de compra en un contexto de inflación puede empeorar aún más el panorama. Durante la pandemia, la fidelidad del público lector a sus librerías de confianza las hizo capear el temporal. Esperemos que vuelva a hacerlo de nuevo.