Elecciones en Francia: un referéndum sobre el populismo

Marine Le Pen y Emmanuel Macron, durante el debate que protagonizaron en la anterior campaña electoral, el 3 de mayo de 2017.

Marine Le Pen y Emmanuel Macron, durante el debate que protagonizaron en la anterior campaña electoral, el 3 de mayo de 2017. / ERIC FEFERBERG

Andreu Claret

Andreu Claret

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Un fantasma recorre Europa, pero ya no es el fantasma del comunismo al que se refería Marx en su célebre arranque del 'Manifiesto' que publicó en 1848. Es el fantasma del populismo, que adopta formas y contenidos diversos, escorados a menudo hacia la derecha más extrema, y otras, hacia preocupaciones más propias de la izquierda. O alimentado por ambos extremos, como es el caso de la nueva Marine Le Pen que ayer mantuvo un tenso cara a cara televisivo con Emmanuel Macron con el propósito de atraer votos de la Francia insumisa de Jean- Luc Mélenchon sin perder los de la Francia más rancia. Votos del francés cabreado, sea porque piensa que los musulmanes están a un paso de hacerse con las riendas el país, como en las novelas de Michel Houellebecq, sea porque pena para llegar a final de mes en un país cuya renta per cápita anual supera en 11.000 euros la de España. Votos de Vox y, a la vez, votos de Podemos, por decirlo en nuestro lenguaje político. Votos desencantados de una izquierda que ha pulverizado sus referencias históricas (socialista y comunistas) y votos de una derecha social que también ha implosionado políticamente y ante la que Le Pen ya no se presenta como una Juana de Arco irredenta, sino como una madre respetable de todos los franceses.

Este propósito de Marine Le Pen de adquirir respetabilidad y de hablar, hasta cierto punto, el lenguaje de la izquierda, es el que hace que las elecciones francesas del domingo tengan tanto interés. De conseguir su objetivo, Le Pen señalaría el camino para que la derecha extremista europea encontrara una vía, no solo de influir en las políticas de la derecha convencional (como sucederá en Castilla y León y puede ocurrir en toda España), sino de alcanzar el poder. Poca broma, teniendo en cuenta sus orígenes, sus conexiones con la Rusia de Putin o la Hungría de Orbán, y su condición de caballo de Troya de la Unión Europea. De ahí que estas presidenciales europeas constituyan, en cierto modo, un referéndum sobre el populismo como alternativa a la crisis social y vital que padecen las sociedades europeas. 

En tanto que aguerrido polemista y político experimentado, Macron no lo tuvo muy difícil para desmontar las contradicciones del programa de Le Pen y poner de manifiesto los límites del populismo. Le bastó insistir en que no se puede estar en misa (bajar los impuestos) y a la vez repicando (subir los salarios y mejorar las condiciones de vida de los más necesitados). En primer lugar, porque la mayoría de los salarios no dependen del Gobierno y, también, porque no hay quien cuadre las cuentas de semejante programa. O sea, no vale emular las tesis neoliberales al uso y copiar algunas de las recetas de Varoufakis, como si la globalización fuera la causa de todos los males de Francia. Como no vale tontear con Putin y desdecirse de las opiniones contrarias a la Unión Europea que Le Pen y su partido habían mantenido hasta ahora. Macron lo tuvo fácil para señalar, una y otra vez, los contrasentidos de una política que aspira a llegar al poder sumando a diestro y siniestro.

Sin embargo, teniendo en cuenta que él también necesita pescar en los caladeros de Mélenchon para ser reelegido, no estoy seguro de que tuviera en cuenta, suficientemente, que en la estrategia de este nuevo populismo que recorre Europa, el programa es lo de menos. Como ocurrió con el Brexit. Lo que cuenta es la crítica de un sistema al que le cuesta cada vez más ofrecer confianza y esperanza a los ciudadanos. La estrategia de Le Pen es tan descarnada en su capacidad de recoger cualquier malestar, del signo que sea, que no es fácil combatirla. La prueba: la de una candidata que obtiene sus mejores resultados en los barrios acomodados de Paris y a la que no le duelen prendas cortejar a los ‘Gilets Jaunes’, que destrozaron algunos de estos barrios vestidos con su chaleco amarillo. El populismo no es un programa. Es una operación destinada a deslegitimar las instituciones, para presentar una alternativa iliberal, no democrática. Y en tiempos como los actuales, de crisis y desconcierto colectivo, su campo de acción es muy amplio. En Francia, los sondeos parecen indicar que Macron ha conseguido plantarle cara. El domingo lo sabremos. 

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