Ágora | Artículo de Pilar Orenes

Tenemos que proteger a la infancia de Ucrania

Hay que aplaudir el esfuerzo que está haciendo la sociedad española para apoyar a las personas refugiadas procedentes de este conflicto, pero esta respuesta social tiene que estar coordinada con las instituciones competentes

Refugiados ucranianos en Medyka (Polonia) cruzando la frontera.

Refugiados ucranianos en Medyka (Polonia) cruzando la frontera. / Reuters

Pilar Orenes

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No es la primera vez. Las imágenes de miles de personas huyendo de los ataques y cruzando las fronteras de Ucrania para buscar refugio en otro país nos vuelve a mostrar la realidad de millones de personas en el mundo. En esta ocasión, unos cinco millones han tenido que huir de sus casas y, de estos, más de tres millones están fuera de su país. Ante un conflicto de estas características, siempre es la sociedad civil que huye de la guerra quien sufre la peor parte y, en especial, la infancia.

A todos nos conmovió la historia de un niño ucraniano de 11 años que, solo y con un número de teléfono escrito en la mano, llegó en tren a Eslovaquia. Por suerte, todo acabó bien y ya está con sus familiares. Sin embargo, no siempre es así, ni en las guerras ni en otras catástrofes humanitarias que asolan nuestro mundo global.

El Derecho International Humanitario determina una protección especial para la infancia en los conflictos armados. No obstante, las organizaciones como Educo, que desarrollamos nuestro trabajo en situaciones de emergencia, vemos como en una crisis humanitaria y en momentos de desplazamientos se multiplica de manera exponencial el riesgo de que los niños y niñas sean víctimas de cualquier tipo de violencia. 

Garantizar espacios seguros para ellos y ellas es prioritario. Mantener vínculos cotidianos, escucharlos y estar atentos a sus necesidades, facilitar la información de forma adaptada a su edad, que reciban la atención psicosocial y en todo momento buscar la adecuada inserción lingüística, educativa y social son parte de las estrategias para generar estos espacios seguros.

La protección se hace especialmente importante cuando se encuentran solos. Se han separados de sus familias, están asustados y cansados y, en muchas ocasiones, bloqueados por los horrores que han tenido que ver. Esta situación aumenta exponencialmente los riesgos de violencia, explotación, abuso y trata para la infancia. 

La trata de personas es un delito que tiene lugar en todas las partes del mundo. Los datos oficiales nos dicen que al menos 21 millones de personas son víctimas de trata, y en dos de cada tres casos son mujeres y niñas. Y sabemos que este delito se produce en la máxima clandestinidad, por lo que es casi imposible acercarnos a una cifra real que sería mucho mayor.

La situación que se está viviendo en Ucrania nos vuelve a recordar lo importante que es seguir los protocolos ya establecidos por la Unión Europea y por los propios países de acogida para proteger a la infancia. En todas las fronteras hay espacios, puntos de recepción en los que trabaja personal especializado en identificar a los niños y niñas que necesitan apoyo. 

Hay que aplaudir el esfuerzo que está haciendo la sociedad española para apoyar a las personas refugiadas procedentes de este conflicto, ya sea con sus donaciones, acogiéndolos en casa o yendo a las fronteras a recogerlos. Pero esta respuesta social tiene que estar coordinada con las instituciones competentes, ya que es la única manera de asegurar en todo momento que el proceso se está haciendo de manera efectiva y segura. De este modo, evitaremos que más niños y niñas se 'pierdan' en Europa, como ya pasó con miles de ellos que llegaron desde Siria o Afganistán. Si sabemos quiénes son y dónde están, nadie podrá aprovecharse de ellos, estarán protegidos y podrán ir a la escuela o a un centro de salud, Y, con el tiempo, volver con las familias que los estarán esperando. 

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