El silencio del harakiri
El mundo pospandémico parece que viene con ganas de situar el tabú de la salud mental en un lugar más luminoso, sin estigmas y alejado de los tópicos
Una madre y un hijo. Y un luto. Y un suicidio. Y una sociedad que todo lo tapa. Y roles invertidos, de cuidados. Y una pena honda. Y una liberación. Y todo el silencio alrededor de la escena: un silencio, el de la salud mental, que no hace otra cosa que mancharlo todo, todo lo ensucia... y para nada. Les Impuxibles lo han vuelto a hacer: llenar de belleza las grietas del dolor.
El mundo pospandémico parece que viene con ganas de situar el tabú de la salud mental en un lugar más luminoso, sin estigmas y alejado de los tópicos. En medio de una crisis generalizada, de cierta sensación de regresión y de la normalización de ciertos discursos de la extrema derecha, llega 'Harakiri'. En medio de un debate populista sobre un derecho a la vida que niega el derecho a una muerte digna, sobre un derecho a la vida que niega el derecho a decidir para tu propio cuerpo, la calma con que 'Harakiri' aborda un tema que todo el mundo quiere obviar reconcilia un poco.
Hablar de la muerte, y más concretamente del suicidio, sin buscar buenos y malos, sin plantearlo como una lucha y una batalla en que unos ganan y otros pierden, tiene su complejidad. Porque la narrativa que hay alrededor ha estado siempre basada en el tabú y el silencio o, en los casos de los artistas —Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Virginia Woolf—, de cierta heroicidad, una épica trágica. Poder hablar del suicidio sin caer en el derrotismo, pero no pisar la línea delicada de romantizar situaciones dolorosas, es todo un reto. Probablemente, que Les Impuxibles no tengan que elegir una sola disciplina para explicarnos una historia lo facilita: allá donde no llega la música, llega la palabra; donde no llega la palabra, llega la danza. Y todo ello, encima del escenario, nos conmueve en nuestras butacas.
En 'Harakiri' hay luz y sombra, dolor y esperanza, ternura y dureza. No se olvidan ninguno de los matices, y el protagonismo de la madre —que se suicida— y el hijo —que mastica su luto particular— completan todo aquello que ahora está lleno de silencio. Un silencio pesado y lento. ¿Quién lo quiere, este silencio?
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