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Alejandra Pizarnik: el mito de la genial poeta que anunciaba su muerte en sus cuadernos

Una nueva biografía arroja luz sobre la genial escritora que falleció en septiembre de 1972 tras una ingestión de pastillas. "No quiero ir nada más que hasta el fondo", escribió poco antes. 

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Natalia Araguás

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"Te quiero viva, burra", le escribía Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik en una carta fechada el 9 de septiembre de 1971. La poeta le había contado antes su vida en un psiquiátrico tras un intento de suicidio en una misiva devastadora: "Aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo".

Una franca amistad unía a los dos escritores argentinos desde que se conocieran en París. Se mantuvo incluso cuando Pizarnik perdió el manuscrito original de 'Rayuela', que Cortázar había puesto en sus manos para que se lo pasara a máquina y aliviarla así en sus apuros económicos. El caos de papeles de Pizarnik engulló a 'Rayuela', Cortázar lo reclamaba y ella evitaba ponerse al teléfono porque no tenía ni idea de dónde estaba. Acabó por aparecer. "El poder poético es tuyo, lo sabés", la animaba Cortázar en su carta.  

Lea aquí un fragmento de 'Biografía de un mito', publicado por Lumen

Pero ni la palabra pudo salvarla. El 25 de septiembre de 1972, Pizarnik ingería 50 pastillas de Seconal sódico. Fue una muerte anunciada hasta en sus cuadernos, donde en los últimos tiempos garabateaba revólveres y combinaciones letales de medicamentos. Cumplió "su destino textual", creen Cristina Piña y Patricia Venti, autoras de 'Biografía de un Mito' (Lumen), editada con motivo del 50º aniversario de su pérdida.

Contra la normalidad

Pizarnik siguió la senda de sus admirados poetas malditos Rimbaud, Lautréamont o Artaud. Para ella no era una filiación literaria o una cuestión de estética. "No quiero ir nada más que hasta el fondo", escribió en la pizarra donde ensayaba sus poemas poco antes de quitarse la vida. Su rechazo al "mundo de la normalidad burguesa", a cualquier convención social, pasaba por exponerse a "situaciones extremas de la locura", sostienen sus biógrafas, que no entran a catalogar el evidente trastorno mental de Pizarnik. 

La herida de Alejandra Pizarnik había aparecido antes incluso de su nacimiento, creía ella, en aquel barco en el que en 1934 se exiliaron sus padres desde su Ucrania natal –la actual Rivne, polaca en aquel momento– hasta Buenos Aires. Judíos de raíces rusas, temían por su destino de quedarse en Europa, y con razón: el resto de las ramas de la familia que no huyeron cayeron víctimas de la Segunda Guerra Mundial o del Holocausto.

Las niñas crecieron con un terror que llevaba a su hermana Myriam a taparse la cabeza imaginando que Hitler venía a buscarle, pero en el seno de una familia culta que no tardó en prosperar. Las amigas de infancia recuerdan a Pizarnik como una niña dicharachera, sin más rasgos reseñables que unos grandes ojos verdes y cierta teatralidad. El punto de inflexión se produjo a los 12 años, después de contraer la escarlatina. El carácter de la Pizarnik adolescente ya se enturbia: se despierta el odio hacia sí misma y comienza a escribir sobre la muerte

La Pizarnik adolescente se ve gorda y lo combate con anfetaminas, algo no tan raro en los años 50. Se cree menos guapa que su hermana, menos querida. Empieza a provocar a los biempensantes con un humor procaz y un aspecto estrafalario, venera a Sartre y a los existencialistas. Asume el "personaje alejandrino" que acabará por devorarle. 

Tras publicar aquel primer poemario del que renegará, 'La tierra más ajena', Alejandra Pizarnik parte a París, como tantos escritores latinoamericanos de la época. Allí publica 'Árbol de Diana', prologado por Octavio Paz, quien le ayuda a entablar relación con el mundillo literario y a trabajar como correctora en la revista 'Cuadernos'.

Pizarnik entrevistará a Simone de Beauvoir y a Marguerite Duras, de quien queda sorprendida por lo en paz que parece encontrarse con su vida para ser escritora. Y si bien malvive en cuartos inmundos, demostrada su incapacidad para mantener cualquier trabajo remunerado, la poeta disfruta a ratos de aquel París que, como dijo Hemingway, era una fiesta. Se entrega al ambiente cultural, a las noches de borrachera, al sexo voraz con hombres y mujeres. Sin embargo, la vida disipada no casa bien con el carácter de Pizarnik, tan inestable. Tras cuatro años en París, en 1964 vuelve al hogar. 

Pavor a la vejez y la locura

Luego vendrían 'Los trabajos y las noches '(1965) y 'Extracción de la piedra de locura' (1968), donde encontró su tono más personal. Y su fascinación por Erzsébet Báthory, a quien se le atribuye la muerte de más de 600 jóvenes, que protagoniza 'La Condesa Sangrienta'.

El reconocimiento a su brillante poesía llega con la concesión de las becas Guggenheim y Fullbright, que no completa. Se identifica con la Alicia de Lewis Carroll y le toma prestado aquello de "solo vine a ver el jardín" como verso: tras la muerte de su padre y el desencanto al volver a París en 1969 siente que su tiempo en este mundo se ha acabado. Con pavor a la vejez y a caer en la locura, decide quitarse la vida con solo 36 años. 

Durante su tristísimo velatorio, en la Sociedad Argentina de Escritores, sus amigos se quedaron demudados. Esa noche llegó a la ceremonia una chica físicamente clavada a Alejandra que además vestía igual que ella, con aquel Montgomery de forro escocés, el pelo corto y sus mismos andares. Tras un primer momento de sobrecogimiento lo entendieron: no era ella, sino alguien que la imitaba. Había nacido el mito.

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