Décima avenida | Artículo de Joan Cañete

Cabellos rubios y ojos azules

La crisis de Ucrania muestra que la acogida de refugiados no es un problema ni de medios, ni de cantidad ni de integración; es una cuestión de voluntad

Un grupo de voluntarios sirve comida a refugiados procedentes de Ucrania en el puesto fronterizo de Medyka, en Polonia

Un grupo de voluntarios sirve comida a refugiados procedentes de Ucrania en el puesto fronterizo de Medyka, en Polonia / BLOOMBERG / ÀNGEL GARCÍA

Joan Cañete Bayle

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El primer campo de refugiados que visité se erigía en la frontera de Chaman, en el sur entre Afganistán y Pakistán (entre Quetta y Kandahar), en plena guerra de Estados Unidos en Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre. Era una gran ciudad de tiendas de campaña con el símbolo de la ONU en medio del desierto, infestado de moscas. Mis fotos de aquella cobertura muestran a niños descalzos, hogueras de basura quemada, mucho polvo, largas colas para recoger las raciones de agua y comida. Las fotos, imperfectas, no llegan donde sí alcanza la memoria: el calor, las conversaciones quedas, las miradas adustas y un olor que después fui reencontrando en otros lugares: en los campamentos de la frontera entre Irak y Jordania, en las ruinas del campo arrasado de Jenin en Cisjordania, en los campos permanentes del sur del Líbano, en los edificios de la UNRWA acribillados a balazos al sur de Rafah, en Gaza. Es el olor del miedo, la pobreza y la incertidumbre. Es el olor de un presente oscuro y de un futuro que solo se vislumbra aun peor. 

Intuyo esa misma aura en las imágenes de los refugiados que ha generado la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Se estima en más de tres millones los ucranianos que han salido del país, una crisis de refugiados tan veloz que no tiene parangón. Para comparar: a finales de 2020, vivían en los países de la UE unos 2,6 millones de refugiados a causa de conflictos bélicos, según datos de la propia Unión. La “avalancha” (por usar la terminología de la extrema derecha) que desataron los refugiados sirios, afganos y de los conflictos bélicos en África fue menor al volumen de desplazados por la guerra de Ucrania en apenas unas semanas. 

Un asunto europeo

Es difícil de discutir que a los refugiados ucranianos Europa los está tratando mucho mejor que a los sirios, afganos y subsaharianos. Que el motivo sea que se trata de personas “rubias y de ojos azules” es una simplificación, pero está claro que la crisis de Ucrania es percibida en Europa como un asunto propio mientras que la siria, por ejemplo, nunca fue vista así. No solo por los gobiernos, también por la población, a Lesbos no se fletaron caravanas de taxis y autocares para recoger a refugiados. El ‘nosotros’ y el ‘ellos’, el color de la piel y el Dios al cual se reza son filtros que modulan la solidaridad. Los refugiados ucranianos no encuentran alambradas ni concertinas, sino abrazos y mantas; no se juegan la vida al huir y no se arruinan en el viaje. Al no haber restricciones, al estar las puertas abiertas, no hay mafias. Los niños ucranianos nos rompen el corazón al huir de la guerra con sus peluches y no aparecen muertos en nuestras playas. 

¿Por qué? Ayuda, sin duda, que desde el principio la población europea no ha recibido ningún mensaje disonante. Con una sola voz, se le ha dicho a la población que esta es una guerra en suelo europeo, una contienda que nos afecta de forma directa y que, en cierta medida, está dirigida contra nosotros. Por tanto, ayudar a los refugiados es ayudarnos a nosotros mismos. Siria, Afganistán y África no se perciben desde Europa como algo propio. Hay, por supuesto, un poso racista (lo del cabello rubio y los ojos azules) pero la unanimidad política y un mensaje sin ambigüedades son muy importantes. Extraemos, pues, una conclusión: la acogida de refugiados no es un problema ni de medios, ni de cantidad ni de integración; es una cuestión de voluntad. 

Refugiados pobres

Por ahora, esta voluntad favorece que los países europeos cumplan de forma ejemplar con la obligación de ofrecer asilo. Pero cabe estar atentos, porque este hecho puede cambiar si la guerra se alarga. El racismo sin duda es un motivo que lastra la acogida a los refugiados. Pero conviene no olvidar que la clase también lo es. Los refugiados sirios son árabes, musulmanes y pobres. Hoy, la vertiente económica no influye en el buen trato dado a los refugiados ucranianos. Pero en un escenario de inflación, altos precios de la energía y problemas de suministros como el que algunos avanzan, la solidaridad puede flaquear y verse amenazada, porque los pobres son los perfectos chivos expiatorios, aunque sean rubios y de ojos azules.  

Es, pues, el momento de aprovechar esta unanimidad política y social respecto al buen trato que merecen los refugiados ucranianos para contribuir a cimentar los valores de la solidaridad y la obligación de ofrecer asilo a quien huye de la guerra y la miseria. La denuncia del doble rasero y la hipocresía por sí misma es estéril; toca enunciar más que denunciar, construir consensos más que hacerse fuertes en los propios nichos ideológicos. El buen trato a los refugiados ucranianos es una oportunidad para los refugiados que vendrán después de ellos. 

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