Fortunas en la mira
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Los oligarcas y el autócrata

Los magnates que han ligado su destino al del presidente ruso son blancos legítimos de las sanciones de Occidente, pero no hay que esperar que lo hagan cambiar de rumbo

Canadá impone sanciones contra el oligarca ruso Roman Abramovich

Canadá impone sanciones contra el oligarca ruso Roman Abramovich / EFE/ Anthony Anex

La élite empresarial rusa, los oligarcas que controlan las decenas de grandes empresas energéticas y de materias primas que concentran el grueso del PIB ruso y a las que el Departamento del Tesoro de EEUU considera como parte del “entramado paraestatal” del régimen de Vladimir Putin, han empezado a sufrir las sanciones económicas aprobadas tras la invasión de Ucrania. El valor de sus empresas se ha desplomado en las bolsas mundiales, las sanciones reducen progresivamente sus operaciones en Occidente y las amenazas, efectivas o potenciales, de congelar sus activos personales, están haciendo que empiecen a levantar el vuelo de los que estaban siendo sus cuarteles de invierno o retiros dorados. Desinversiones a toda prisa en el área inmobiliaria y deportiva, mega yates zarpando hacia puertos seguros no demasiado lejos del mar Negro, renuncias a presidir consejos de administración... Los oligarcas buscan liquidez inmediata ante previsibles confiscaciones y corralitos del rublo.

La desbandada es particularmente visible en Londres, donde los intereses rusos en la City y su presencia en los barrios más lujosos de la capital británica habían llegado a forjar la expresión ‘Londongrado’. Pero el rastro de los intereses rusos puede seguirse mucho más cerca, en los bufetes de abogados o agencias inmobiliarias que se han especializado en representar sus intereses en España, los depósitos de combustible copropiedad de la rusa Lukoil en el puerto de Barcelona, la presencia rusa, como residentes o inversores, en los barrios más acomodados de Barcelona o Madrid –o en mansiones en las costas–, y (por lo menos hasta que la invasión puso las cosas difíciles) en la clientela de los comercios más exclusivos de ejes como el paseo de Gràcia de Barcelona. Son sectores en los que las sanciones también tienen un coste para la economía española que es inevitable asumir. También son víctimas colaterales los ricos rusos que pertenecen a una élite cultivada y cosmopolita y que no están alineados con Putin.

Con los intereses comerciales de sus compañías en los mercados occidentales en juego, y gran parte de sus patrimonios personales también, algunos de los grandes magnates rusos han lanzado mensajes contemporizadores ante la invasión rusa de Ucrania, cuando no de ambigua empatía con las víctimas del conflicto. Es el caso de la segunda petrolera de rusia, Lukoil, presidida por Vagit Alekperov (a la que el estallido no le debería de haber cogido por sorpresa tras haber enviado miles de barriles de combustible al día a las fuerzas que preparaban la invasión) o el de Mijaíl Fridman, accionista principal de los supermercados Dia y del banco ruso Alfa Bank (y socio del hijo del ministro del Interior ruso), o el de Alexei Mordashov, presidente del conglomerado metalúrgico y energético Severstal.

Los magnates que hicieron su fortuna con la oscura privatización de bienes públicos durante el periodo soviético, que pagaron los peajes necesarios para pasar de la corte de Yeltsin a la de Putin y que en casi todos los casos han circulado por las amplísimas puertas giratorias entre política y empresa tienen inseparablemente ligados sus destinos a los del presidente ruso y han servido al aparato militar con suministros o acuerdos comerciales cuando el Kremlin se lo ha ordenado. No hay que olvidar que el presidente ruso reunió a 13 de ellos en el Kremlin el día de la invasión. Razones más que suficientes para convertirse en objeto de las represalias de Occidente. Pero hay que ser realistas, y no especular con la posibilidad de que esta clase dirigente tenga suficiente autonomía para presionar a Putin, y muchísimo menos para cuestionar su posición. Por encima de los oligarcas amenazados por las sanciones, hay un autócrata a quien deben sus fortunas y que tiene sus destinos en sus manos.