Guerra Rusia-Ucrania

Sobre la paz perpetua

Ante los discursos buenistas y equidistantes, es la hora de recordar un axioma simple: no puede confundirse el pacifismo como postulado con la paz como objetivo

Putin pone en "alerta máxima" a las fuerzas de disuasión nuclear

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Rafael Jorba

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Si difícil es explicar el presente, más difícil aún es vaticinar el futuro. A veces, como en la guerra de Ucrania, hay que empezar por releer el pasado. Aquellos que creyeron que la Revolución de Octubre de 1917 había abierto un camino de no retorno para Rusia y sus repúblicas se percataron siete décadas después –caída del Muro de Berlín (1989) y hundimiento de la URSS (1991)– de que 'la lucha final' había sido sólo un episodio –trágico, eso sí– de la historia del siglo XX. Aquellos que pensaron que había nacido el 'hombre nuevo' se toparon con el resurgimiento del 'hombre viejo', con todas sus cargas atávicas.

En los años de la ‘perestroika’ subrayé en un libro una lúcida descripción de aquel proceso histórico: “Mijaíl Gorbachev ‘el Reformador’ se sitúa en la senda de los arbitristas que inventaron planes para remediar los males endémicos de la patria, desde Pedro ‘el Grande’, fascinado por la europeización, y Alejando II, que abolió la esclavitud, a Vladimir Lenin, que restauró parcialmente el capitalismo mediante una nueva política económica (NEP) con el prurito de dar ‘un paso atrás para poder dar dos saltos adelante’. Los saltos subsiguientes fueron el estalinismo y sus horrores”.

Esta sucinta y ejemplar síntesis de la historia moderna de Rusia fue escrita en 1988 por el veterano periodista Mateo Madridejos en su libro ‘La sonrisa de la perestroika. Gorbachev y el imperio soviético, entre la decadencia y la reforma’. Aquel proyecto modernizador empezó a tambalearse con Boris Yeltsin y, tres décadas después, se ha derrumbado por completo con Vladimir Putin. Su modelo de ‘democracia autoritaria’ –todo un oxímoron– ha acabado mostrando su auténtico rostro: un régimen nacionalpopulista en el que se mezclan las ensoñaciones imperiales, los esquemas de la guerra fría de la etapa soviética y las técnicas de la represión y la mentira de sus años como espía de la KGB.

El error de Occidente es haber olvidado aquellos 'males endémicos' de Rusia y haber enmarcado el hundimiento de la URSS en el ‘fin de la historia’ de Francis Fukuyama. No todos lo vieron así. En la primera mitad de los 90, en mi etapa de corresponsal en París, asistí a una clase de historia en el Elíseo. François Mitterrand, entonces presidente, daba una rueda de prensa con Boris Yeltsin. Las respuestas del presidente ruso, tocado por la euforia etílica, levantaron las risas de los periodistas. Mitterrand las cortó en seco: “No olviden que Rusia ha sido, es y seguirá siendo una gran nación, y no podemos humillarla”.

Desde esta óptica, Putin se ha cuidado, de puertas adentro, de superar esta etapa de ‘humillación’ de Rusia y devolver el ‘orgullo’ a sus compatriotas y, de puertas a fuera, de intentar restaurar la hegemonía –cultural, política y militar– en su área de influencia. La invasión de Ucrania es el punto culminante de esta lógica. Ahora los agredidos son los ciudadanos ucranianos, pero previamente los damnificados han sido los propios ciudadanos rusos que, de nuevo, han visto derrumbarse las esperanzas de democratización y modernización de Rusia, de la mano de Putin y su ‘nomenklatura’ de oligarcas.

Sí, han vuelto a aflorar los ‘males endémicos’ de Rusia en su versión 2.0. En la segunda mitad de los años 90, en la etapa de Javier Solana como secretario general de la OTAN, asistí a un ‘briefing’ a puerta cerrada con un asesor civil. Mostró el mismo escepticismo que Madridejos sobre la suerte del proceso iniciado con la ‘perestroika’ y confesó sus temores sobre el futuro político de Rusia: “Barajo dos hipótesis, la pesimista y la optimista. La pesimista: sacar un icono en procesión y pedir la mediación divina. La optimista: esperar que el propio pueblo ruso lo arregle”.

Entre tanto, con una guerra en las fronteras de la UE, ha llegado el momento de que los líderes europeos afronten el coste de la solidaridad con el pueblo ucraniano y mentalicen a sus opiniones públicas ante los discursos buenistas y equidistantes que sitúen en un mismo plano la guerra de Putin y las misiones defensivas en los países aliados de la zona. Immanuel Kant, en su ensayo ‘Sobre la paz perpetua’, aconsejaba: “Buscad ante todo acercaros al ideal de la razón práctica y a su justicia; el fin que os proponéis –la paz perpetua– se os dará por añadidura”. Es la hora de recordar otro axioma simple: no puede confundirse el pacifismo como postulado con la paz como objetivo.

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