Los conservadores

Por qué el PP sabotea al PP (de Catalunya)

Casado decidió hace tiempo que su estrategia de competir con Vox incluía llevarse por delante al propio PPC

Alejandro Fernández

Alejandro Fernández / ACN / MARTA SIERRA

Ernest Folch

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Uno de los dramas más enquistados y tragicómicos de la política española es sin duda el del PP de Catalunya, un partido que acumula registros catastróficos. En las ultimas elecciones estatales alcanzó la marginalidad absoluta con solo dos escaños (7,47%) y en el Parlament es ahora la última fuerza con tres (3,85%). En el ámbito municipal, su balance es igual de paupérrimo: después de perder recientemente por una moción de censura su gran bastión, Badalona, ya solo conserva una sola alcaldía, la del pequeño pueblo de Pontons (Alt Penedès). La marginalidad política del PP en Catalunya, aunque se ha ido agravando, no es precisamente una novedad. La pregunta evidente es ¿cómo puede ser que el principal partido de la oposición, con opciones de volver a gobernar, coseche unos resultados tan desastrosos en la segunda comunidad autónoma más importante en población y número de escaños?

La regla de oro de la política española es que el discurso que sirve en España te hunde en Catalunya, o viceversa

Ciertamente, el partido en Catalunya ha pasado fases convulsas, con cruentas guerras de poder, y ha sufrido liderazgos dudosos como el de García Albiol, que se ganó el descrédito definitivo cuando fue pillado 'in fraganti' con una sociedad en Belice con su número dos en Badalona, o el de Cayetana Álvarez de Toledo, que a pesar de su bombo mediático, logró el peor resultado de la historia con solo un escaño. Pero pensar que lo que le sucede al PP de Catalunya es un problema interno es seguir confundiendo el diagnóstico. De hecho, el partido tiene hoy un líder aseado como Alejandro Fernández, que intenta al menos huir de la estridencia y no caer en la demagogia fácil.

No, no es que el PP de Catalunya sea una colección de inútiles, locos e indocumentados que son incapaces de leer la realidad catalana. Lo que sucede es que nada pueden hacer cuando desde Génova son bombardeados a diario con mensajes incendiarios: cuando Pablo Casado habla un día sin despeinarse de "apartheid" en la escuela catalana, equiparando la inmersión a la segregación racial, es que los resultados en Catalunya le dan exactamente igual. Porque la regla de oro de la política española es que el discurso que sirve en España te hunde en Catalunya, o viceversa. Es la famosa manta demasiado corta que nunca te puede tapar los pies y la cabeza al mismo tiempo. Consciente de ello, Casado decidió hace tiempo que su estrategia de competir con Vox incluía llevarse por delante al propio PP catalán. Sin embargo, es un cálculo más que arriesgado: renunciar a una autonomía con un potencial de 38 escaños, y arrastrar así al País Vasco, con 18 escaños (donde en las últimas generales el PP obtuvo un solo diputado), convierte en una semiutopía lograr gobernar en España. Ahora mismo, el PP lo fía todo a una mayoría absoluta PP-Vox, el único escenario donde puede acceder a la Moncloa. En todos los otros supuestos, le regala un gobierno en minoría o en coalición al PSOE.

Así se entiende por qué el PP de Catalunya ni siquiera ha tenido el mínimo margen para presentarse como un partido regionalista, como sí ha hecho en otras comunidades autónomas. En Génova las reivindicaciones territoriales son estupendas si tienen que ver con Castilla y León o Extremadura (y más ahora que hay que hay que contratacar la amenaza de la España Vacía) pero son descodificadas como supremacistas si se hacen desde Catalunya. El PP catalán se ha estrellado sencillamente porque ha sido secuestrado conscientemente y de manera planificada desde Génova. Algún día se escribirá la curiosa historia de la franquicia que fue saboteada por su propio partido.

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