Horizontes urbanos

Remontas en Barcelona

Hacer crecer los edificios que no completan su altura permitida podría alojar una constelación de vivienda, protegida y de alquiler, que contribuya a paliar la emergencia de los desahucios

EL HOTEL VELA. Donde hoy hay playas y turistas, en el 2200 quizá solo agua.

EL HOTEL VELA. Donde hoy hay playas y turistas, en el 2200 quizá solo agua.

Alejandro Giménez Imirizaldu

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Qué espanto el incremento de la edificación en altura. Las remontas desfiguran la arquitectura original. Esa es la opinión que prevalece en ámbitos profesionales, administrativos, académicos y mediáticos. A la condena estética se suma un recelo ético que denuncia a los ‘barrets’ –sombreros– de Barcelona como producto de la especulación tardofranquista. Cierto. Tiende a olvidarse sin embargo que la elevación sucesiva de las casas de Gràcia o la Barceloneta, desde su fundación, ha dotado de intensidad a unos barrios hoy muy vivos. Costaría imaginárselos ahora en planta baja. La Giralda también es una remonta.

En la casa de renta del XIX varias familias conviven en un edificio entre medianeras. Como subir cuesta, los pisos bajos alojaban a las clases altas. Mejores acabados, más vuelo en los balcones, más decoración y ventanas mayores. Según se ascendía bajaban las rentas y los techos. En la terraza, una barraquita daba cobijo a los porteros. Se trata de una reproducción del palacio gótico, cuyos salones se hallaban en la planta piso, los dormitorios en la segunda y el servicio, las gallinas y la colada arriba. La revolución industrial fragmenta ese modelo en el tránsito de la aristocracia a la burguesía y de lo unifamiliar a la escalera de vecinos. El primer ascensor, Colón, 1888, se replica en las casas buenas pero no cambia las alturas de inmediato. El atraso tecnológico español y la abundancia de suelo en el Eixample explicarían esa contención. En Nueva York o Chicago, en cambio, el terreno en posiciones centrales era muy codiciado. Los ascensores Otis y los fabricantes de acero laminado hacen de esa demanda su agosto: los rascacielos.

En 1915 surge una polémica por las sombras que arrojaba el Equitable Building. Al año siguiente se promulga la normativa del ‘set-back’ que permite subir, pero retrasando la fachada para evitar la obstrucción del sol. Barcelona se inspira en Nueva York tarde y, a pesar del lujoso experimento de la Casa Cambó (Florensa, Rubió i Tudurí, Via Laietana, 1923), o la elegante autoremonta de Rodríguez Arias en Via Augusta, 1931, los añadidos de Porcioles, a partir de 1957, producen objetos despreocupados. Imágenes lejanas a la del ‘penthouse’ americano. El ático como espacio deseable sucede a la irrupción del motor de combustión en los 70. El desarrollismo elimina los tranvías y llena las calles de coches y autobuses humeantes. Las élites huyen hacia arriba, a un santuario con terraza. La altura baila en sucesivas ordenanzas, de cuatro a 10 plantas. Como resultado brota un paisaje de medianeras expuestas, divorcios urbanos que delatan insuficiencias normativas, desencuentro entre privados y el reto a una topografía accidentada. 

En 1985 Oriol Bohigas introduce la altura reguladora obligatoria en la Vila Olímpica. Orden e innovación. Diagonal Mar resucita la controversia. Se achata el Hotel W. Una mirada crítica sobre la arbitrariedad de los edificios singulares primero y las torres de los últimos 30 años, después, invita a la reflexión. En 2010 aparece una nueva generación de remontas ligeras en París con la empresa constructora Sur Le Toit. Aquí, La Casa por el Tejado encuentra oportunidades en la edificabilidad no agotada desde 2014. En Nueva York vibran los medios con los ‘superslender’ y los ‘supertall’. La altura de la edificación en Barcelona merece un debate serio, en el que la arquitectura, el urbanismo, las ciencias sociales y ambientales y otros ámbitos del conocimiento confluyan con datos.

Mientras tanto, tal vez no sea descabellado identificar hoy las caries urbanas. Les invito a pasear por su barrio y elevar la mirada. Encontrarán aparcamientos, almacenes, casas y talleres que no colmatan la altura que les corresponde. Esos huecos podrían alojar una constelación de vivienda, protegida y de alquiler, que contribuya a paliar la emergencia de los desahucios y los efectos de la gentrificación, aprovechando el transporte y los servicios colectivos. Una alternativa a los grandes bloques periféricos de vivienda social que concentran la pobreza en polvorines del desencanto. Podrían resolverse de paso 8.000 medianeras desnudas, un derroche energético inaceptable y el retrato de un siglo de torpezas en el planeamiento de Barcelona.

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