Dietario de la espera

Navidades en los tiempos de la ómicron

Sobre el caso Benaiges, el peso de la inocencia rota, las ilusiones y otras fragilidades

Gente paseando por una calle concurrida de Barcelona con mascarilla

Gente paseando por una calle concurrida de Barcelona con mascarilla / Joan Cortadellas

Olga Merino

Olga Merino

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Lunes, 29 de noviembre. Subo la moto a Wallapop y descubro la cantidad de barceloneses en la misma tesitura, con motos viejas que funcionan fetén pero despojadas de la etiqueta verde. Solo pueden circular los fines de semana porque contaminan. La oferta desmelenada desploma los precios en este mercadillo virtual de segunda mano. Pepe, el mecánico, está que trina; vive de esas motos: ahora la bujía, un ajuste de válvula, luego ese freno que rasca. ¿Pero no era Barcelona la ciudad motera por excelencia? Encima, la ocurrencia de los badenes, el infame cojín berlinés.  

Martes, 30.Logramos disuadir a mi madre, recién operada de cataratas, del trajín de los fogones navideños, de que organice el sarao en su casa; se la nota cansada. El dilema será sustituirla, no solo por las habilidades culinarias, sino también por su pericia para que cunda el monedero. La inflación ha convertido la compra en el juego del 'Monopoly'. Hipoteca, multa, a la cárcel. 

Martes, 7 de diciembre. Regateo en Wallapop. Uno de los interesados propone un canje: la moto por un dron.

Lunes, 13.El día se esfuma preparando el club de lectura sobre ‘Retorno a Brideshead’, la inolvidable novela de Evelyn Waugh. Cuando el narrador, Charles Ryder, lanza la que parece su última mirada a la mansión de los Flyte, siente como si abandonara allí una parte de sí mismo. «¿Qué dejaba a mi espalda? ¿La juventud? ¿La adolescencia? ¿El amor romántico? Lo mágico de estas cosas…». Comprende que ha dejado atrás la ilusión.

Martes, 14. El estallido del caso Benaiges, destapado por el periódico ‘Ara’, me atraviesa con unescalofrío culpable por haberle dado voz hace untiempo en este diario. Una trayectoria de 20 años en el fútbol base le convertía en un entrevistado interesante, pero ¿cómo intuir lo que se ocultaba tras la puerta? Presuntos tocamientos, vejaciones, masturbaciones en grupo, juegos de carácter sexual, la invasión de espacios íntimos, como la ducha y los vestuarios.¿Nadie vio nada? Resultaba impensable que un señor tan principal, vinculado al Barça, cometiera semejantes aberraciones. Algunos de aquellos niños fueron castigados por mentir, por haberse inventado las historias. ¿Cómo cargar con el peso de la inocencia rota?

Miércoles, 15. La autopsia confirma que Verónica Forqué se quitó la vida y, de inmediato, las redes y las tertulias rebosan de reproches contra ‘Masterchef’. Me enerva el programa; no lo soporto. La cocina, la que hacían las madres por lo menos, debería ser otra cosa —lentitud, chup chup, la perfección de lo simple—, pero de ahí a culparlos del desenlace media un abismo. El suicidio no entiende de interpretaciones lineales ni cartesianas. Pero tal vez alguien debió darse cuenta de que un plató desquiciado y la sobreexposición no suponían el mejor linimento para una persona con las ilusiones perdidas y los nervios tan lábiles. ¿Tampoco nadie vio nada?

Jueves, 16. El artista Pere Cabaret me invita al estreno de su espectáculo ‘Com la nit i el dia’ en los jardines del Teatre Nacional de Catalunya. Más que una obra de teatro en sí se trata de un experimento genial para sacar la enfermedad mental de las catacumbas: invitó a alumnos del instituto de secundaria Doctor Puigvert a interactuar con pacientes de la asociación ‘Arep per a la Salut Mental'. De la olla a presión del intercambio surgieron temores, esperanzas, viejas humillaciones. La mirada de Oriol, enfermo de esquizofrenia, taladró al público. Jaume, que padece un temblor de manos incontrolable, recordó que un maestro le decía que no serviría para nada en la vida, tan solo «para echar sal a las patatas y azúcar a los churros». Jorge quiso cantar una jota que le recordaba a su padre: «Dos mañicos en el Ebro se apostaron a nadaaar».

Jueves, 23. La ómicron viene tan embalada que complica el sudoku de las fiestas familiares y trae de vuelta la mascarilla, que no se había ido. Al fin consigo vender la Honda a una chica de Lliçà de Vall. ¿No contaminan las motos veteranas en el Vallés? Ya no me compraré otra. Me apeo de las dos ruedas. Y veo marchar a mi vieja amiga con un pellizco en el estómago, como mi madre, supongo, mira de reojo la olla de los galets, como Charles Ryder contemplaba el castillo de Brideshead desde un recodo del camino.

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