El gran secuestro
Ahora mismo nos encontramos atrapados por los que más gritan y viven permanentemente en tensión
Carles Francino
Periodista
He tenido una revelación: estamos secuestrados. No en un zulo ni en ninguna mazmorra. No hace falta. Pero tampoco nos dejan salir del bucle. Y eso puede convertirse en una especie de cárcel. Ahora mismo nos encontramos atrapados por los que más gritan y viven permanentemente en tensión, como si estuvieran estreñidos. Lo peor es que su crispación y su rencor contaminan tanto el ambiente que acabamos encapotados por una niebla perpetua, que además huele mal. Cada debate parece cuestión de vida o muerte. Cada intercambio de ideas se transforma en una batalla. Pero no hay grandeza en esos combates sino una miseria infinita. Y mediocridad a puñados. Y cuando conviene, mentiras. Si ni una pandemia ha sido capaz de modificar sus hábitos, sus descarnadas -y en ocasiones, ridículas- luchas por el poder, por aparentar o salir en la foto, es que ya no tienen remedio. Pero ahí siguen, dando la matraca a diario.
Hablo de algunos políticos, claro, pero no solo de ellos, porque entre los secuestradores también aparecen ejemplares de otras especies, periodistas incluidos. Hasta es posible que en nuestros círculos vitales más próximos se nos hayan colado algunos. Pueden estar en la oficina, en el grupo de padres del cole, en el equipo de fútbol… Ahí están con sus alaridos, su solemnidad y sus principios irrenunciables; dispuestos a todo para no ceder en nada. Vuelan los insultos y los desplantes a las primeras de cambio. La empatía ni está ni se la espera. Todo es apocalíptico. Comparar a Catalunya con la Sudáfrica del 'apartheid' o a España con una dictadura fascista ya son monedas de uso común. Pero España no es así, afortunadamente. Catalunya tampoco, desde luego. Aunque haya días en los que, escuchando según qué cosas, un marciano pudiera llevarse la impresión equivocada. En fin, no sé si me tranquiliza o me enerva haberlo detectado, pero al menos ya tengo más claro cómo explicar lo que nos pasa. Lo del secuestro es una buena metáfora. Ahora solo falta ver cómo nos libramos de los secuestradores. Y secuestradoras.
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