Monarquía bajo lupa

Las evidencias del emérito

Existen corrupciones que aguantan una investigación judicial aunque destruyan un estado de opinión

El entonces Rey Juan Carlos I y su amiga Corinna Larssen.

El entonces Rey Juan Carlos I y su amiga Corinna Larssen.

Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

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El excelente trabajo periodístico realizado por Ernesto Ekaizer durante estos días se resumía en el titular de este martes con la expresión “dejar en evidencia”. Una causa archivada sobre el rey, pero con nubarrones sobre la cabeza que no dejan ver su corona.

Existen corrupciones que aguantan una investigación judicial aunque destruyan un estado de opinión. Ocurre con el emérito, le pasa al Partido Popular, a Mariano Rajoy, en concreto, le pasó a Jordi Pujol y familia, y así podemos alejarnos de la actualidad hasta llegar a Filesa.

Desde un punto de vista comunicativo es peor la evidencia que la constatación de una corruptela. La opinión pública es muy dada a sentenciar con facilidad. Además, esa rapidez se convierte en meteórica cuando el protagonismo afecta al otro. A aquellos que se encuentran en posiciones opuestas.

Para un republicano, la desfachatez del monarca padre y su marcha del país son pruebas muy evidentes de que la Casa Real ocultaba una forma de actuar ilícita. Claro que para un monárquico las acciones sospechosas de Juan Carlos I pueden poner en duda su actuación personal, pero no a la monarquía española, bien representada en estos momentos por Felipe VI.

Sin embargo, para un independentista de nuevo cuño, las críticas al rey demuestran que el Estado español se desmorona y que la solución es marchar, aunque haya olvidado que cuando era nacionalista, aunque le sorprendió el supuesto legado de Jordi Pujol y todo el entramado familiar, no puso en duda jamás la solidez de una Generalitat nacionalista y controlada por los diferentes poderes fácticos del país.

Dejar en evidencia, siempre se deja al otro. No al propio. Y en España es difícil encontrar un proceso de expulsión de una estructura por corrupción. Los populares lo demuestran desde hace tiempo con la ‘operación Kitchen’.

En el caso de Juan Carlos I se produce, citando a Ekaizer, “una evidencia” y un desaliento. Los monárquicos siempre pensaron que el rey emérito no tenía nada porque todo era del Estado. Y, vaya por dónde, era millonario.

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