Pros y contras

Las luces de Navidad y la pobreza energética

Hacen a la vez evidente el espejismo en el que vivimos, allí donde los niños cantan y los jóvenes protestan

La Rambla, vestida de Navidad, este sábado por la tarde.

La Rambla, vestida de Navidad, este sábado por la tarde. / Manu Mitru

Josep Maria Fonalleras

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Mientras se encienden las luces de Navidad de un enorme árbol que podría ser un abeto, pero que, de hecho, es una estructura metálica en forma de árbol con bombillas incorporadas, mientras se celebra la fiesta que inaugura la iluminación de la ciudad, unos jóvenes activistas de Rebel•lió o Extinció suben por las irreales ramas del árbol ficticio y, a la manera de un Greenpeace casero, despliegan una pancarta que dice: “Reduzcamos el consumo, mejoremos la vida”. Bajo el árbol, los niños de una coral cantan villancicos. Al cabo de unos días, la estructura iluminada permanece y también permanece el cartel, como un grito de alerta para todos los curiosos que contemplan la decoración y se hacen fotos.

El problema de las luces de Navidad no es el gasto (que es, en algunos casos, desmedido) sino la ostentación. Forma parte de la propia esencia de ese invento que genera, al mismo tiempo, entusiasmo y angustia, el espíritu de la luz y el deleite del consumo. Están ahí para ser vistas, para mostrarse. Y es justamente por eso, cuando la pobreza avanza como una sombra tenebrosa, que, cuando resplandecen, hacen a la vez evidente el espejismo en el que vivimos, allí donde los niños cantan y los jóvenes protestan.

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