Reforma de las pensiones

Que venga Europa y lo vea

Pese al sinfín de propuestas que sufrimos, sin bajar el gasto en pensiones, y desde ahora, su sostenibilidad es imposible. Todos lo sabemos

El ministro José Luis Escrivá, durante una rueda de prensa.

El ministro José Luis Escrivá, durante una rueda de prensa. / EP

Guillem López Casasnovas

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La resistencia a reformar las pensiones tiene razones políticas y poca cosa más. La solución es conocida pero ninguna de sus alternativas es una buena noticia, de forma que lo mejor que se puede hacer es compartir los sacrificios que hacen falta. Unos, aceptando que de lo que contribuyen hoy recibirán menos de lo esperado pasado mañana; otros, que las pensiones se reducirán, por la pérdida de actualización y/o la tardanza en hacerla efectiva. El dato es demoledor, a la vista de cómo ha crecido la brecha entre la edad de jubilación y la esperanza de vida en la jubilación, desde los 9,1 años en 1900 a los más de 20, en la actualidad. Con otros referentes: los supervivientes de una cohorte nacida en torno a 1927 exhiben hoy una biometría de longevidad similar a una persona de 65 años del comienzo de siglo pasado. O simplemente recordando que, entre 1960 y 2018, los adultos hemos ganado entre 8 y 10 años de esperanza de vida.

A falta de consenso parlamentario de cómo repartir el peso de la carga financiera de las pensiones y las ganancias de vida de los pensionistas, se confronta el postureo de las propuestas de unos con la posibilidad de explotar la carnaza política por parte de otros. Pese al sinfín de propuestas que sufrimos, sin bajar el gasto en pensiones, y desde ahora, su sostenibilidad es imposible. Todos lo sabemos. Para ahorrarse los costes electorales, los políticos distraen su inacción con propuestas serias a veces, algunas veces con ocurrencias, pero siempre con "después de un día viene otro", como mal menor. No toca otra que compartir la solución. El 'lobby' de pensionistas tiene que entender que no puede ser ajeno: sería de una gran injusticia social.

En la teoría de la hacienda pública se explica la regla de Musgrave, que en los años sesenta del siglo pasado ya hizo una propuesta de reparto de costes y beneficios, tanto de los derivados de un efecto aleatorio como de los demográficos o de productividad, entre cotizantes y pensionistas. De forma que, cuando estos últimos se manifiestan bajo la reivindicación de "las pensiones no se tocan", se muestran muy insolidarios con las generaciones jóvenes, y cuando manifiestan que sus pensiones son bajas insultan a la inteligencia colectiva. Bajo la misma reivindicación se agrupan así aquellos que tienen una pensión baja, no contributiva (baja, pero del todo graciable, puesto que no han cotizado), con los que tienen una pensión menor porque así lo han querido cotizando lo mínimo (los autónomos en su mayoría) y, finalmente, con los que han cotizado lo que se les ha exigido a la espera de recibir su pensión proporcional correspondiente. La pensión mediana resultante de la suma de estos tres grupos no señala nada más sustancial que, haciendo tabla rasa de la heterogeneidad del grupo, ‘juntos son más fuertes’. Actuando de este modo, negando la realidad, todos podemos acabar haciéndonos daño; también los propios pensionistas contribuyentes, si se produce una exigencia drástica de intervención por parte de la Unión Europea, negando ahora, por ejemplo, las ayudas que facilita el programa Next Generation, precisamente por falta de respeto a la generaciones futuras. Si esto pasa, entonces los dos grandes partidos españoles tendrán que dejar de pelearse, y callarán del todo, aceptando, por la fuerza impuesta desde fuera, aquello sensato que internamente no han sabido resolver. Esta es sin duda la solución de menor coste electoral para quien le toque implementar la medida. Pero encarecer ahora las cotizaciones durante diez años (¿alguien recuerda medidas de recaudación con marcha atrás?), como parece proponer ahora el ministro Escrivá, suena a despropósito. Primero, porque penaliza el coste de contratar a un nuevo trabajador, o de mantener los puestos de trabajo en un momento en el que la tecnología ya los está expulsando poco a poco del mercado. Segundo, porque castiga a la generación actual a rentas disponibles netas, después de cotizaciones, más bajas de lo que ya son; y esto sin ninguna garantía de qué hará con la sobrecotización el guardián de la hucha. Tercero, porque no puede ser que cada semana se suelte un globo sonda, ya sea por una declaración política voluntarista, una posición de Gobierno, un proyecto articulado de decreto, un anteproyecto legislativo, o ya sea el resultado de una ‘equivocación’ de un día de dormir poco, o una declaración supuestamente malinterpretada por los medios, del ministro del ramo.

Que venga ya la Unión Europea y lo vea, imponga lo que todos sabemos que se tiene que hacer, nos traguemos la poción cuando antes mejor, y que los partidos mientras tanto callen o hablen solo con la boca pequeña.

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