David Chappelle sale de caza
Debido a la atmósfera de censura y puritanismo del sistema cultural, extrema en los Estados Unidos, al público le encanta lo que odia la prensa
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
El último monólogo de David Chappelle es escandaloso, a ratos divertido, pero todavía son más divertidas las reacciones. No me cabe duda de que un genio como él ha construido, a conciencia, este chiste de dos etapas. La primera fase son setenta minutos en Netflix donde rompe todos los límites de la plataforma, hasta el punto de que se ha convocado una huelga en la empresa para borrar su contenido. Ahí deja sembrados muchos cebos: chistes (a veces ni eso) transfóbicos, homófobos, machistas y racistas, con los que caza a toda esa gente incapaz de descifrar el mensaje oculto de un texto que no es, en absoluto, lineal.
La segunda fase son las propias reacciones, seguro que calculadas y previstas por Chappelle, con la prensa yendo a degüello, de forma casi unánime. Artículos inquisitoriales (todavía más divertidos que el propio monólogo) desgranan y entrecomillan una a una todas sus ofensas, probando con esto que la crítica es tan incapaz como algunos tuiteros de ir más allá de la superficie. Se desata así una tormenta mediática mientras los espectadores aplauden y pinchan en masa, convirtiendo 'The Closer' en lo más visto de Netflix.
La diferencia entre la calificación profesional y la del público, en Rotten Tomatoes, da cuenta de este abismo asombroso. Parece que, precisamente debido a esta atmósfera de censura y puritanismo del sistema cultural, extrema en los Estados Unidos, al público le encanta lo que odia la prensa. Sin embargo, creo que el entusiasmo del público se debe más a lo que 'The Closer' tiene de desahogo, de patada en la cancelación, que a lo que tiene de comedia.
Chappelle hace lo que en 'Sticks and Stones' o 'The Bird Revelation', pero le sale peor. En un armazón de humor agresivo deja encerrado un mensaje que solo puedes descifrar si no te quedaste enganchado en la alambrada de ofensas del perímetro. Sacrifica así la calidad del especial, incluso la risa, para lograr una estructura de ocultamiento. El resultado es menos fluido, menos gracioso y está mucho peor ejecutado. Sin embargo, la imperfección del monólogo -que llega a hacerse tedioso entre la parte central y el último bloque- no implica que no consiga su objetivo. ¿Y cuál es? Queda claro en el cierre: aquí tenéis a un hombre que nos dice que no importa de qué colectivo seas porque lo único que nos hermana es la capacidad para pensar y reírnos, poniéndonos por encima de nuestras identidades. Pero dice esto sin que casi nadie lo entienda, con lo que queda en el aire el último gran chiste: vuestro cabreo.
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