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Una ciudad en busca de futuro

Barcelona recupera el pulso entre malestares y visiones contrapuestas que dificultan los consensos para crear un proyecto optimista y ambicioso

Vista de Barcelona desde Collserola

Vista de Barcelona desde Collserola

El pulso de Barcelona quedó abruptamente congelado durante los meses más duros de la pandemia. Pero Barcelona no para. Ni a la hora de volver a ponerse en pie y reactivarse, ni a la hora de ejercer la autocrítica sobre su presente. La Barcelona que atisba la pospandemia arranca de nuevo, pero a trompicones. Recupera, pero lentamente, la actividad turística. También la de la cultura, la restauración y el ocio, aunque con nuevas prácticas de uso del espacio público, como los botellones, que se deberán encauzar en términos de respeto cívico y cautela sanitaria. La actividad inmobiliaria en áreas como el 22@ se reanima, pero proyectos de futuro como la ampliación del aeropuerto han quedado encallados por la incapacidad política para encontrar una síntesis entre los dos términos que se conjugan en la expresión 'desarrollo sostenible'. Los datos recién difundidos del padrón municipal recuerdan que hemos experimentado durante la pandemia un invierno demográfico, pero también que las lamentaciones de quienes se ven invitados a dejar la ciudad responden más a un malestar que a un éxodo. Un éxodo que, cuando se produce, se debe más a la realidad de un mercado inmobiliario fuera del alcance de demasiados de los vecinos de la ciudad. Un malestar que aparece por las más diversas costuras de la vida ciudadana.

¿Hacia dónde va Barcelona? Seguro que no compartirán un mismo diagnóstico los vecinos que se irritan por algún aspecto de discutible gestión municipal que les afecta directamente (como los de Sant Andreu cuyas quejas han frenado el nuevo modelo de recogida de basuras), los que aplauden las acciones de pacificación y peatonalización de otras áreas de la ciudad, este 29% de barceloneses nacidos fuera de España según el nuevo padrón y cuyas inquietudes no siempre pueden expresarse ni ser vehiculadas políticamente, o las entidades que han conformado un colectivo, Barcelona és Imparable, que presenta una enmienda a la totalidad al rumbo de la ciudad en los últimos años y sostiene que está dejando perder demasiadas oportunidades de progreso por su falta de liderazgo

Tras esta iniciativa se agrupan colectivos que no encajan en la tradicional definición del asociacionismo vecinal y el activismo social que estuvo en el germen de los ‘comuns’ pero que expresan intereses no menos representativos o legítimos. A 19 meses de las próximas elecciones municipales no resulta descabellado pensar que desde este entorno se vuelve a buscar un proyecto electoral que lo represente como no lo hizo en los anteriores comicios la candidatura de Manuel Valls, constreñida por su identificación con un partido político y por la muy personal agenda de su candidato. Enfrente se encuentran con una coalición de gobierno que ha buscado puntos de encuentro en políticas como el reequilibrio del uso del espacio público entre tráfico, restauración y peatones, la constatación de la necesidad del turismo para la vitalidad económica de la ciudad y de la exigencia de evitar el monocultivo turístico –la doble lección que nos deja la pandemia– o la necesidad de que incluso cuando hay discrepancias –aeropuerto– la estabilidad institucional pase por delante del enfrentamiento. Sobre la mesa se enfrentan visiones ciertamente contrapuestas sobre momento por el que está pasando la ciudad. Lo que cuesta encontrar es una visión de consenso sobre el futuro de la ciudad. No es fácil. Pero cuando eso, un proyecto optimista, compartido y ambicioso, ha sido posible, ha sido cuando Barcelona ha vivido sus mejores momentos.