Las cifras de un padrón histórico

Barcelona de 2020: alta mortalidad, ínfima natalidad

Menos de la mitad de los barceloneses ha nacido en la ciudad, un 29% lo ha hecho en el extranjero y la esperanza de vida cae un año por la pandemia

padron Barcelona

padron Barcelona

Carles Cols

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Las muertes por causa del covid (4.305 más de las que estadísticamente, en ausencia de pandemia, hubieran sido las previsibles), una ralentización en la llegada de inmigrantes por los cierres de fronteras (a pesar de ello, los barceloneses nacidos en el extranjero son ya el 29% de la población) y, sorpresivamente, una infecundidad casi sin precedentes (nueve meses después del confinamiento de marzo y abril cayó drásticamente el número de alumbramientos) han provocado que el padrón de Barcelona correspondiente al año 2020 sea una toda una anomalía, como un diente mellado en la sierra histórica de esta estadística oficial, material digno de un paciente estudio. Solo hay en el pasado contemporáneo de esta ciudad dos hendiduras peores. Una, la de 1918, cuando por culpa de la gripe española murieron ese año 22.800 personas. La otra, en 1938, cuando la Guerra Civil dejó un rastro de 28.000 fallecidos.

Que el covid iba a dejar huella en el padrón no puede sorprender a nadie. Del 1 de marzo de 2020 al 31 de diciembre de ese mismo año, es decir, desde que el covid entró literalmente en nuestras vidas, murieron 14.439 barceloneses. Si la frecuencia funeraria hubiera sido similar a la de los prepandémicos años anteriores, la cifra prevista para ese periodo habría sido de 10.254 defunciones. Más de 4.000 personas, mayoritariamente mujeres, porque ellas llegan a edades avanzadas más que los hombres, perecieron víctimas del coronavirus.

La edad media de fallecimiento se situó en los 82,4 años, de modo que es pronosticable que, una vez purgados todos los datos, se confirme en los próximos meses que la esperanza de vida de Barcelona, una de las más altas del mundo, haya caído alrededor de un año por culpa de este atípico 2020. En 2018, última referencia disponible, era 84,4 años (87, para las mujeres y 81,3, para los hombres). Con todo, la cifra de barceloneses centenarios se mantiene en su cota máxima. Son 864 personas ya las que nacieron antes de 1921. Entonces, por cierto, la esperanza de vida al nacer era de 38 años.

De la mortalidad causada por el covid, como si fuera una guerra, se ha dado durante el 2020 un parte casi diario, pero de la caída de la fecundidad a índices muy preocupantes desde el punto de vista de los geógrafos, muy poco. En 2020 nacieron en Barcelona 11.753 bebés. La cifra cae por debajo del umbral los 12.000, algo que no sucedía desde 1998, cuando los nacimientos fueron 11.659, pero también cuando la población total era mucho menor. Qué lejos quedan aquellos tiempos en que Barcelona era una gran ‘nursery’. 1980 es el último año en que los partos superaron los 20.000, pero es que en 1973 llegaron a superar los 31.000. No obstante, las cifras absolutas, en esta materia, no son el dato más revelador. Lo casi distópico es la bajísima fecundidad. En 2020 se situó en el 1,01, es decir, cada barcelonesa tiene de media solo un hijo. Con este índice y sin movimientos migratorios, la ciudad estaría condenada a la extinción.

Es en ese sentido que el padrón, como siempre, merece ser minuciosamente observado por debajo de esa superficie que es la cifra absoluta de población, 1.660.314 habitantes, la segunda cifra más elevada desde 1990. Podría parecer, vista la serie histórica de población, que esta es una ciudad estadísticamente aburrida. Nada más lejos de la realidad.

El padrón del 2020 ofrece algunos deslumbrantes golpes de flash, muy oportunos, por cierto, para todos aquellos que hablan en nombre de toda la ciudad o que dicen representar su centro de gravedad. Por segundo año consecutivo, los barceloneses nacidos en Barcelona son menos de la mitad de la población. Cae esa cifra al 48,8%. Llegará el día, tal vez, en que los nacidos en el extranjero sean más que los nacidos en Barcelona. La progresión de ese grupo es incesante. Son ya el 29%. Casi uno de cada tres de ellos, 28,1% se han nacionalizado como españoles, pero culturalmente aportan a la ciudad su origen, algo muy interesante si se tiene en cuenta que viven personas procedentes de 179 países del mundo.

En este capítulo es imprescindible echar la vista atrás. En 1991, los extranjeros eran Barcelona solo el 1,5% de la población. En 2001, el 4,9%. En 2010, el 17,5%. Hoy, más del 22%. Es, además un colectivo nunca suficientemente conocido. El colectivo más numeroso son los argentinos (32.401), aunque con esa gran singularidad de que un tercio de ellos viaja con pasaporte italiano. De hecho, la suma de italianos reales e italianos postizos convierte a Barcelona en la gran ‘little Italy’ de Europa. Tras los argentinos, ya puestos, vienen en cifras absolutas los peruanos, colombianos, venezolanos, paquistanís, ecuatorianos, italianos, chinos…

Hay que recelar, además, de los tópicos. Un 41,7% de los extranjeros empadronados en Barcelona tiene estudios universitarios o un ciclo formativo de grado superior. A su manera contribuyen a uno de los movimientos de fondo más interesantes que revela el padrón. En una ciudad como Barcelona, consagrada como se sabe al turismo y por ello a los empleos poco cualificados, el nivel formativo de los barceloneses asciende sin cesar. En 2009, un 22,6% de los barceloneses de más de 16 años tenía titulación universitaria o había completado un ciclo formativo de grado superior. En 2020 esa cifra es ya del 33,9%, con una sublectura aún más destacable: En 2009, las mujeres estaban tres décimas por encima de los hombres en formación. En 2020, ese diferencial se ha ampliado hasta los 2,8 puntos. Las mujeres jóvenes aventajan cada vez más a los hombres en formación académica.

El capítulo inmobiliario del padrón no debería ser tampoco pasado por alto porque, aunque nunca se menciona suficientemente, es toda una revelación.

Lo dicho ya, en Barcelona había a 1 de enero de 2021 una población empadronada de 1.660.314 personas y, lo no dicho aún, que residen en un parque inmobiliario de 660.063 pisos. La media por piso es baja, de 2,52 personas por vivienda. No se sostiene, pues, la tesis de que el precio de la vivienda en Barcelona se rige por las leyes de la oferta y la demanda. No hay escasez. Los precios, como se sospecha, puede que los fije en realidad una suerte de oligopolio rentista que ha invertido en la compra de ese parque residencial.

Elucubraciones al margen, el padrón constata en este apartado algunos datos llamativos. Esta es una ciudad de solitarios. 203.781 personas viven solas. Es un 12,3% del total. Es mucho. Más mujeres que hombres viven solas. Y otro datos significativo, acorde con la agónica natalidad registrada, es que solo en un 23% de los hogares hay niños, cuando en un 38% hay como mínimo alguien de 64 años o más.

El último padrón, a modo de posdata, certifica, a la espera de que se depuren los datos, que la anunciada huida de barceloneses durante la pandemia para fijar su residencia en la Catalunya rural gracias a las ventajas del teletrabajo se ha revertido, si es que alguna vez fue censalmente significativa. Barcelona, como desde los escenarios proclamaba Joaquín Sabina sobre Madrid, es una ciudad insufrible pero insustituible.