Directora de Esglobal
Cristina Manzano
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Cristina Manzano
No te olvides de Haití
El país caribeño no tiene quien le escriba. El cúmulo de desgracias que se cierne sobre su población apenas tiene cabida en el interés global
Durante más de tres años, Antonio Fraguas, el gran Forges, nos pedía en su viñeta diaria que no nos olvidáramos de Haití. Fue a raíz del terremoto de enero de 2010, que dejó más de 300.000 muertos y 1,5 millones de personas desplazadas. Un grito silencioso para llamar la atención sobre el país más pobre de América Latina.
Hoy Haití no tiene quien le escriba. El cúmulo de desgracias que se cierne sobre su población apenas tiene cabida en el interés global. Este año, sin ir más lejos, además de la crisis económica y la violencia en las que vive inmerso, ha visto el asesinato del presidente a manos de mercenarios extranjeros, la dimisión apresurada de un primer ministro, los efectos de la pandemia, un terremoto que ha causado más de 2.000 fallecidos y la destrucción de más de 130.000 edificios, y una tormenta tropical poco después. Estos últimos, que habrían sido cubiertos por los medios internacionales, aunque solo sea por el cupo de catástrofes naturales, tuvieron la mala fortuna informativa de coincidir con la caída de Kabul a manos de los talibanes. Adiós Haití.
En los días pasados la noticia ha estado en los miles de inmigrantes haitianos que esperaban bajo un puente en la frontera entre México y Estados Unidos, empujados en parte por la idea de la relajación de las medidas migratorias, junto con el empeoramiento de las condiciones en el propio Haití. Las duras imágenes de la implacable persecución de la policía de frontera, pese a las condenas suscitadas -empezando por la del propio presidente, Joe Biden- son un brusco fin al “sueño americano”; para muchos de ellos el viaje ha terminado en un avión que los devolvía a su país. Y son solo la punta del iceberg.
El drama de la emigración haitiana se despliega desde hace más de diez años por todo el continente, de Chile a México pasando por Brasil o Colombia
El drama de la emigración haitiana se despliega desde hace más de diez años por todo el continente, de Chile a México pasando por Brasil o Colombia; es el drama de aquellos que huyen de la destrucción, la violencia, la miseria y la falta de oportunidades. No es exclusivo de Haití, pero es especialmente significativo en un país de 11 millones de habitantes con 3,5 millones en la diáspora y que es el segundo del mundo que más depende de las remesas.
Haití se ha convertido en el paradigma de Estado frágil: desde hace años oscila entre el puesto 9 y el 13 en el índice que elabora anualmente el Fund for Peace con 179 países, en donde 1 apunta al más frágil y 179 al más sólido. Se trata de un ejercicio para tratar de identificar y monitorizar las tendencias que pueden llevar a convertir a un Estado en fallido, con indicadores que vigilan desde los aparatos de seguridad, el desarrollo desigual, la fuga de cerebros, la legitimidad, el Estado de Derecho, las presiones demográficas o los refugiados y los desplazados internos entre otras variables.
El diagnóstico está claro, pero nadie parece saber dar con la solución. Según datos de Naciones Unidas, la ayuda internacional destinada a Haití por parte tanto de instituciones multilaterales como de donaciones de países, entre 2010 y 2020, asciende a 13.340 millones de dólares. Una cifra considerable que se ha desplegado, en su mayor parte, a través de ONGs sobre el terreno para cubrir la emergencia y la reconstrucción. Pero no ha habido un trabajo paralelo de construir una institucionalidad que reforzara un sistema político siempre débil. Así que los gobernantes no se han visto en la necesidad ni de rendir demasiadas cuentas, ni de afianzar la legitimidad. Una tradición bañada en la corrupción y en la violencia ha hecho el resto.
Estados Unidos cuenta con un pasado de ocupación en el país y acoge a una buena parte de su diáspora. Es obvio que Washington tiene ahora otras prioridades en política exterior; pero también es obvio que es quien mejor situado está, por geografía y por historia, para tratar de apoyar mejoras institucionales que coloquen a Haití en una estabilidad democrática de la que nunca ha gozado.
¿El problema? La falta de incentivos. Haití no tiene recursos reseñables que exportar; ni siquiera tiene una ideología reseñable que combatir, como sí la tiene Cuba.
El 14 de enero de 2013 Forges apuntó en su viñeta: “Haití, tres años y todo sigue igual”.
Desmantelado ya el campamento bajo el puente, volverá a extinguirse la atención. En Haití, 2021, todo seguirá también igual.
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