Evolución social

Gente mucha, personas pocas

Estamos en una sociedad harta de sí misma y hemos entrado en una especie de tornado que se autosucciona

El director de cine J. J. Bigas Luna

El director de cine J. J. Bigas Luna

Carles Sans

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Mi añorado amigo Bigas Luna decía que un síntoma de que uno se había hecho mayor era oírse exclamando a menudo: ¡Qué barbaridad! Y definitivamente habías llegado a viejo cuando exclamabas: ¡Esto habría que prohibirlo! Dos expresiones propias de quien lleva mucho tiempo en la Tierra, ha observado mucho y la paciencia se le ha agotado de ver repetidas estupideces perpetradas por individuos de nuestro género. El ser humano está representado por una extensa variedad de sujetos cuya conducta representa desde al que se desvive, piensa y trabaja para los demás, hasta al que urde para su propio beneficio, carece de empatía y le falta decencia y educación social. Gente egoísta e incívica que hace del ser humano su peor enemigo. Nada hay más importante a la hora de juzgar un comportamiento que considerar si su objeto es un ser humano o no. Nos otorgamos el valor moral del 'ser humano' y pensamos que nos diferenciamos de otros seres vivos por el hecho precisamente de que somos humanos. Esta condición nos otorga una superioridad moral que muchas veces no se corresponde con nuestro comportamiento, razón por la cual nos sentimos decepcionados por la sociedad de la que formamos parte. Como decía aquel, “gente mucha, personas pocas”.

En mi época universitaria, allá por los años setenta, viví intensamente los días convulsos del posfranquismo, del aperturismo político y de los cambios sociales. En la Facultad de Derecho se estudiaba poco, las asambleas eran constantes, había manifestaciones a diario y permanentemente se generaban reivindicaciones. Pero, eso sí: había cierto miedo al poder. No sabría decir si allí se produjo el inicio de una evolución política y social que ahora ha desembocado en un tipo de juventud diferente a la de entonces. Parece que muchos jóvenes han dejado de tener aquel miedo de entonces y han dejado de creer en la política, en la justicia, en la Iglesia o en el orden público… Es decir, en pilares que antes, los jóvenes de entonces, veíamos como sustanciales en el conjunto de la sociedad, y que ahora son repudiados. Estamos en una sociedad harta de sí misma y hemos entrado en una especie de tornado que se autosucciona. La sociedad ha cambiado y eso, a cierta edad, le pilla a uno un poco desprevenido. ¡Qué barbaridad! 

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