La nota

¿Independentismo incompatible?

Las grandes diferencias de ERC no solo con Junts sino también con la CUP o la ANC hacen imposible una estrategia conjunta ante Madrid

Pere Aragonès y Laura Vilagrà, durante la ofrenda floral al monumento de Rafael Casanova

Pere Aragonès y Laura Vilagrà, durante la ofrenda floral al monumento de Rafael Casanova / EFE / QUIQUE GARCÍA

Joan Tapia

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Catalunya está hoy menos electrizada que otros otoños porque los indultos han bajado la tensión y porque Pere Aragonès, el ‘president’ del nuevo Gobierno independentista surgido tras las elecciones de febrero -al contrario que el anterior- no persigue un nuevo y grandioso ‘momentum’, sino que cree que el conflicto debe encarrilarse mostrando fuerza en la negociación con el Estado

Aragonès no es Torra. Contestando sobre el apoyo a los JJOO de invierno de 2030, afirmó que, para entonces, el referéndum ya se habría celebrado. Apuesta por el medio plazo porque sabe que la independencia inmediata y unilateral no es posible. Ahí está 2017.  

Pero el 11-S ha vuelto a remover las aguas y ha demostrado que el independentismo está hoy muy fraccionado y dividido, lo que hace difícil encaminar la negociación. Para empezar, hay dirigentes de JxCat, el socio de Gobierno, que creen que la mesa de diálogo no lleva a ninguna parte y que, cuanto antes desaparezca mejor. Y la ANC, parte esencial del movimiento independentista en la calle, encajonó al ‘president’ el sábado, a través de Elisenda Paluzie, reclamándole “independencia ya”. Como si Aragonès tuviera la varita mágica.

Entre las posiciones de la ANC que querría -no explica cómo- la independencia exprés, la de JxCat que intenta agudizar el conflicto y torpedear la mesa de diálogo -el sobreentendido es que la única negociación debe ser entre Puigdemont y el Estado- y las de Aragonès y Junqueras, que dicen que la mesa de diálogo es una gran conquista porque su sola existencia es un reconocimiento de España, ante el mundo, del conflicto catalán, las diferencias son abismales. 

La fe independentista, que debe creer que puede mover montañas, exige unidad pese a que las estrategias de las distintas organizaciones (ANC, CUP, Junts y ERC) no son solo distintas sino antagónicas. No es compatible exigir una nueva DUI inmediata, o muy próxima, que es lo que piden los discursos de Elisenda Paluzie o Laura Borràs, con apostar por una negociación con el Estado que, a medio plazo, conduzca al referéndum de autodeterminación. Y la actitud de Jordi Sànchez, el líder de Junts en el interior, no es la de Laura Borràs o Elsa Artadi, pero tampoco la de Aragonès o Junqueras.

En este ruidoso desconcierto es lógico que el cauteloso Aragonès pueda quedar aturdido. El 11-S ha movilizado, según la Guardia Urbana, a algo más de 100.000 catalanes (los 400.000 de la ANC son fantasía). 100.000 manifestantes en la Europa de 2021 es una cifra muy alta que los políticos catalanes no separatistas y los líderes de Madrid deberían tener muy en cuenta. Pero, aunque fueran 400.000 estarían muy lejos del tsunami superior al millón de hace muy pocos años. Los autobuses lo cantan todo: en 2019, 1.200 provenientes de la Catalunya del interior aparcaron en el centro de Barcelona, el sábado fueron solo 219.

Y si el tsunami más una mayoría raspada del Parlament no doblegaron al Estado, tras lo del sábado es todavía más incontestable que la única política independentista algo sensata es la de ERC: negociar e intentar captar más apoyos en la población, lo que no es tan fácil. El problema de Aragonès es que articular esta política con autoridad y fuerza es muy difícil (casi imposible) si la mitad del independentismo, o una parte de los creyentes más activos, no la comparte. O incluso la sabotea. 

Se generan así muchas contradicciones, como la del aeropuerto. O la de las exigencias máximas a la primera reunión de la mesa de diálogo. Ahí estamos.

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