La Tribuna

El Prat y la Catalunya del 'no'

La ampliación del aeropuerto de El Prat suscita una oposición que Aena y la Generalitat deben tener en cuenta si no quieren enfrentarse a un conflicto de dimensiones desconocidas

'La Ricarda', reserva de pajaros, en EL Prat de Llobregat junto al Aeropuerto

'La Ricarda', reserva de pajaros, en EL Prat de Llobregat junto al Aeropuerto / RICARD CUGAT

Andreu Claret

Andreu Claret

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Los partidos políticos catalanes favorables a la ampliación del aeropuerto de El Prat suman más de cien diputados. Casi el 80% de los escaños del Parlament. Sin embargo, en la sociedad las cosas son muy distintas. Aunque no hay todavía encuestas sobre el preacuerdo suscrito por el gobierno de España y el de la Generalitat, se multiplican los indicios de una oposición social que alcanza más allá de los sectores representados por la CUP, En Comu Podem y el ecologismo tradicional. Los sondeos hechos por algunos medios entre sus lectores –entre ellos EL PERIÓDICO–, las tomas de posición contrarias de los ayuntamientos de Barcelona y El Prat, las discrepancias que afloran dentro de los partidos del gobierno catalán, y una agria y variopinta campaña en las redes, preámbulo de la manifestación prevista para setiembre, revelan la existen de un frente del no más transversal. Su alcance está por ver, pero Aena y la Generalitat deben tenerlo en cuenta si no quieren enfrentarse a un conflicto de dimensiones desconocidas. Para ganar la batalla de la opinión pública, deberán asegurar el interés social del proyecto de ampliación y garantizar su sostenibilidad ambiental.

Este frente suma ideologías y posiciones políticas muy dispares y marcadas por la polarización que sufre la sociedad catalana tras la década del procés. En él están, en primer lugar, los ecologistas que subordinan todo proyecto a la lucha contra el cambio climático. Su posición, minoritaria hasta hace poco, gana adeptos cada día a la vista de los estragos medioambientales que van de las inundaciones bíblicas en Alemania y Belgica hasta los incendios dantescos que devastan Grecia, Turquia, California o Siberia, pasando por el deshielo de los casquetes polares. Para ellos, no está en juego solo el del futuro de los humedales de La Ricarda. Es una cuestión de modelo de desarrollo. De ahí que los promotores del proyecto de ampliación deban esforzarse para explicar que este no favorece un crecimiento económico basado en más de lo mismo –turismo de masas, ladrillo, empleo precario, dualidad social y fragilidad frente a las crisis–,  y para inscribirlo en una alternativa más sostenible.

Los errores cometidos en el despliegue de la iniciativa también han contribuido a levantar suspicacias. Puede que el acto de Esade fuera útil para desencallar el proyecto, pero contribuyó a la suspicacia según el cual la ampliación responde a intereses espurios contrarios al bien común. Por si fuera poco, el secretismo con el que fraguó el preacuerdo entre administraciones fue un regalo para sus detractores. ¿A quién se le ocurrió anunciarlo por sorpresa, a principios de agosto, y dejando la iniciativa a Junts per Catalunya mientras Pere Aragonès estaba en Ginebra? Otro argumento para quienes condenan el proyecto antes incluso de que se conozcan sus características.  

La distancia que media entre este 80% de apoyo institucional y las dudas de la opinión pública es también el resultado del desbarajuste político que reina en Catalunya. En una sociedad crispada como la catalana, si una propuesta la defienden los independentistas, es mala para los que no lo son. Y viceversa. Si Pedro Sánchez está a favor, Quim Torra está en contra. Si Elsa Artadi sale por TV-3 defendiéndola, media Catalunya frunce el ceño. Si la propuesta de ampliación la lidera Junts per Catalunya, es la otra mitad del país la que desconfía y los seguidores de ERC se mosquean.

Los defensores del proyecto deben derrochar pedagogía en beneficio de una síntesis entre la necesidad de la ampliación, su sostenibilidad, y su contribución a una Catalunya mejor

En este contexto de desconfianzas cruzadas, ha ocurrido lo peor: el afán de protagonismo del vicepresidente Puigneró ha conseguido que la propuesta de ampliación aparezca como un acuerdo entre el PSOE y la antigua Convèrgencia. La mejor manera de suscitar recelos a troche y moche. De no cambiar la dinámica donde prevalecen los falsos debates pintados en blanco y negro que tanto proliferan en Catalunya, el proyecto de ampliación del aeropuerto contará con una oposición tan abigarrada como difícil de sortear. No basta con el 80% de los votos en el Parlament. Los defensores del proyecto deben derrochar pedagogía en beneficio de una síntesis entre la necesidad de la ampliación, su sostenibilidad, y su contribución a una Catalunya mejor.

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