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Puigdemont y la realidad
La decisión del ‘expresident’ de quedarse en Bélgica es comprensible en lo personal, pero debe ir aparejada en lo político del fin de las soluciones mágicas y engañosas
Parece que Carles Puigdemont empieza a asumir la realidad de su situación en Bélgica. Como ha publicado este diario, no tiene intención de regresar a Catalunya y sopesa incluso pedir la nacionalidad belga, según fuentes de su entorno. El ‘expresident’ publicó ayer, a primera hora de la mañana, un tuit en el que viene a decir que solo regresará siendo «libre», «ni detenido ni rendido». Asimismo, muestra su disposición de seguir desde Bélgica la batalla judicial emprendida hace más de tres años y de llegar «hasta el final». Confirma así que su interés primordial es la internacionalización del proceso soberanista, como se demuestra en su distanciamiento del día a día de la política catalana, para lo que ha delegado en el secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Sànchez, y en su largo silencio durante las tensas negociaciones entre Esquerra y Junts para formar el Govern.
En el caso de Puigdemont, es preciso distinguir entre la cuestión personal y la política. Cuando decidió marcharse a Bélgica tras la declaración unilateral de independencia de octubre de 2017, sabía que su situación, alejado de su familia y sin la posibilidad de volver a Catalunya, sería larga y dura. Esta circunstancia habrá influido, sin duda, en la decisión de permanecer en Bélgica, sin plantearse, como a veces se ha especulado, regresar cuando se reforme el delito de sedición y se rebajen sustancialmente las penas. El ‘expresident’ cree que sería condenado también por malversación, como los principales dirigentes del ‘procés’ juzgados, y su opción de exiliarse le podría resultar al final tan costosa o más que a quienes se quedaron en Catalunya. Ante esta disyuntiva, y dado que España no reconoce la inmunidad de Puigdemont como diputado europeo y sería detenido si volviera, el ‘expresident’ se decanta en estos momentos por continuar indefinidamente en Waterloo.
Si Puigdemont ha asumido la realidad desde el punto de vista personal y familiar, sería bueno que también la asumiera desde el punto de vista político, para acabar de una vez con las soluciones mágicas y engañosas que siguen difundiéndose desde Waterloo. La actuación política del expresidente y de su partido no puede basarse en ardides y astucias que no llevan a ningún sitio ni en la defensa de la unilateralidad o la «confrontación inteligente», que la sociedad catalana no comparte ni comprende. La unilateralidad solo la defiende en realidad una ANC cada vez más desprestigiada y alejada de la realidad, como se vuelve a demostrar en la convocatoria de la Diada, en la que se pretende aunar el recuerdo de los disturbios en la plaza de Urquinaona tras la sentencia del ‘procés’ con la presión a las instituciones para optar por la vía unilateral.
Para asumir la realidad, no está de más recordar que Puigdemont ya ganó las elecciones de diciembre de 2017 con la promesa de que regresaría a Catalunya, sabiendo que era imposible y que efectivamente nunca se cumplió. La decisión de seguir permanentemente en Bélgica es humanamente comprensible, pero esta asunción de la realidad debería trasladarse también a la política. Sería un paso adelante para estabilizar la situación política en Catalunya y para intentar una solución negociada al conflicto político
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