Indignación política

Cuatro plagas más una

Hay que tener localizadas a la intolerancia, la injusticia, la indiferencia y la equidistancia. Más una: el odio

Amigos de Samuel, durante la manifestación en A Coruña

Amigos de Samuel, durante la manifestación en A Coruña / CARLOS PARDELLAS / LA OPINIÓN

José Luis Sastre

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Ocurren cosas extrañas, como que expulsen a la política de la política. Hay debates que Pedro Sánchez tiene fuera del Congreso, que es donde habría de tenerlos, y peor es que Pablo Casado sostenga que, de determinados asuntos, solo puedan opinar los políticos. O sea él. Así, reprocha a los empresarios y a los sindicatos que hablen de lo que no les toca, y cuando dice lo que no les toca se refiere a aquello en lo que él discrepa. Se lo tiene dicho a la Iglesia: que pregone contra la eutanasia pero que no se meta en los indultos, que la libertad de expresión está muy bien hasta cierto punto.

El resultado es que la ciudadanía puede despegarse de los partidos, pero difícilmente se despegará de la política. Escribió Joan Fuster: "Toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros". En las últimas horas, una marea ha empezado a expresar sus protestas en las redes y en las calles porque a un chico de 24 años le apalearon hasta matarlo al grito de maricón, por lo que han descrito sus amigas en un relato coherente y sin contradicciones. Han contado, y todos hemos imaginado la escena porque alguna vez hemos visto arrebatos de esa ralea, cómo le increparon y le agredieron y cómo volvieron a por él y hay momentos en que una sociedad, o una parte de esa sociedad, se alza y dice basta y señala a los partidos por dónde se hace la política que necesita.

Eso está pasando en algunas de las calles: que ha prendido la indignación y debería prender en cualquier lado, al margen de colectivos y orientaciones. Ha prendido la indignación porque en otras partes hace tiempo que prendió el odio, que es un sentimiento maleable para los partidos que crecen en la confrontación.

Existen batallas que hay que dar sin descanso: se llama compromiso y no es con unos pocos. Es con todos

No hay manera de echar a la política de la política: se puede expulsar a la política de los partidos o hasta de los parlamentos y convertirlos en otras cosas peores, pero la política que no se haga donde se la espera se acabará haciendo en otros rincones, por quienes una tarde de pronto se rebelan contra lo que parece que no pueda ser de otra manera. Y eso va más allá del concreto caso de A Coruña, sobre el que habrá de resolver la justicia, a la que le toca, además, recuperar el crédito que otros jueces le hacen perder con frases innecesarias y discutibles sobre los menores inmigrantes no acompañados de Madrid. Se trata de plantarse ante una ola intolerante que puede que estuviera siempre ahí, atribuida a un reducto, aunque exige respuestas rápidas que la frenen.

Será difícil encontrar un plan conjunto para remediarlo, pero bastará para empezar con tener localizadas las cuatro plagas que acechan: la intolerancia, la injusticia, la indiferencia y la equidistancia. Cuatro plagas más una: el odio. Bastaría, en fin, con apelar a aquello por lo que nos llamarán buenistas e ingenuos, pero que Albert Camus nos dejó escrito con lucidez: un sentido del deber basado en lo que es justo. Existen batallas que hay que dar sin descanso: se llama compromiso y no es con unos pocos. Es con todos.

Resulta que son los jóvenes, sobre los que se generaliza en esta fase de la pandemia, quienes encabezan las manifestaciones, los que han entendido que de cada caso concreto hace falta un juicio justo y no se pueden adelantar sentencias. Lo entienden tanto que están pidiendo algo que va muchísimo antes: justicia, ante el riesgo de que se instalen la impunidad y el miedo y acaben acaparando los focos de la política aquellos que estigmatizan. Frente a ese riesgo, ni equidistancia, ni indiferencia, ni tolerancia. Justicia, tan sencillo y tan obvio. 

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