Gira del presidente de EEUU

Biden vuelve a casa con más dudas que certezas

La totalidad de su viaje puede interpretarse como una sucesión de reuniones en las que ha buscado apoyos para sumar fuerzas frente a Pekín y Moscú

Reunión de Joe Biden y Vladimir Putin en Ginebra

Reunión de Joe Biden y Vladimir Putin en Ginebra. /

Jesús A. Núñez Villaverde

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Sabía que no iba a resolver todos los problemas que tiene en su agenda de una sola tacada, contando además con que los principales los tiene en su propia casa (polarización extrema, sistema de bienestar en precario y auge de un trumpismo antidemocrático). Pero Joe Biden probablemente podía calcular que al regreso de su primera gira europea habría, al menos, encarrilado algunos de los que le toca gestionar para preservar su condición hegemónica (cada vez más cuestionada).

Contaba a su favor con el unánime deseo de sus interlocutores -en el G7, en la OTAN y en la Unión Europea (UE)- por borrar toda huella del nefasto paso de su predecesor por la política internacional, con la notable excepción de un Vladimir Putin que ahora puede empezar a echarlo de menos. Y, más aún desde la perspectiva de los Veintisiete, contaba también con el indisimulado interés por volver a contar con Washington para hacer frente a la diversidad de amenazas y desafíos para los que la UE todavía no está preparada en solitario.

A falta de acuerdos de mayor calado ante China y Rusia, los comunicados finales de las cumbres en las que Biden ha participado se han encargado de inflar los acuerdos logrados

Sin embargo, ya habrá podido darse cuenta de que su “USA is back” no ha sido recibido con todas las bendiciones. No se trata solo de que el mundo haya cambiado en estos últimos años y de que quienes han aprovechado la pérdida de peso estadounidense se muestren cada vez más reacios a admitir su liderazgo, sino también de que, al menos para los miembros de la Unión, es inevitable percibir que Europa sigue bajando en la lista de prioridades de EE UU. En realidad, aunque en su viaje solo ha pisado suelo europeo, su mente estaba más centrada en China y en Rusia. De hecho, puede interpretarse la totalidad de la gira, hasta su encuentro con Putin el pasado día 16, como una sucesión de reuniones en las que Biden ha buscado apoyos para sumar fuerzas frente a Pekín y Moscú.

Y visto desde esa óptica, sin descartar que pueda haber decisiones que no hayan trascendido a la opinión pública, el resultado es, como máximo, parco. Es cierto que, por primera vez en su historia, el comunicado final de la Cumbre de la OTAN ha identificado a China como un “reto sistémico”. Pero de ahí no se deriva un acuerdo general para endurecer las relaciones con Pekín, dado que algunos lo ven como un socio comercial al que no conviene importunar en exceso y otros rechazan la idea de que la Alianza se desvíe de su tarea principal de defensa territorial colectiva (con Rusia en mente). Y algo similar ocurre con Rusia, vista como una amenaza por la OTAN, pero sin olvidar la considerable dependencia que algunos países de la UE tienen de Moscú como suministrador energético (baste señalar como ejemplo las tensiones entre Washington y Berlín por la inminente entrada en servicio del gasoducto Nord Stream 2).

Por eso, a falta de acuerdos de mayor calado en esos dos terrenos, los comunicados finales de las cumbres en las que Biden ha participado se han encargado de inflar los acuerdos logrados. Sirva de ejemplo el acuerdo en el marco del G7 de donar 1.000 millones de dosis de vacunas contra el SARS-COV-2, aparentemente relevante si no fuera porque las necesidades estimadas por la OMS elevan la cifra a los 11.000 millones y no sirviera para ocultar la falta de acuerdo en la suspensión temporal de las patentes de las vacunas existentes. Tampoco parece que en la cumbre EE UU-UE se haya ido mucho más allá de poner fin a un contencioso comercial entre Airbus y Boeing, importante obviamente para ambos actores implicados, pero lejos de la necesidad de establecer nuevas bases de relación entre ambas orillas del Atlántico, a pesar de ser quienes más valores e intereses comparten.

Por último, su reunión con Putin, consumado maestro en el arte de la gestión de la zona gris, tampoco ha deparado ningún resultado relevante. La vuelta de los respectivos embajadores a sus sedes diplomáticas y un difuso acuerdo para hablar de ciberseguridad o de cambio climático, no pueden hacer olvidar que Putin no se siente disuadido por las sanciones estadounidenses (o por lo que Biden pueda haber recabado en las otras reuniones de estos días), para variar un rumbo que busca recuperar su influencia tanto en Asia central como en buena parte de la Europa oriental. En resumen, vuelta a casa a repensar la estrategia.

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