Vivir en sociedad
La vida de los demás
No podemos vivir la vida de los otros. Tenemos, eso sí, la obligación moral y social de mejorarla
Núria Iceta
Editora de 'L'Avenç'
Núria Iceta
En los últimos días me he sentido a menudo como aquel que, desde el umbral de la puerta, con los pies clavados sobre la alfombra, se asoma a la vida de los demás. La necesidad de sentirse útil ante la aflicción de un amigo, la sensación de impotencia y el sentimiento de tristeza profunda ante el naufragio de tantas vidas, el rechazo a la rabia que proviene de la rabia de los demás... ¿cómo gestionar la propia vida desde la empatía, la implicación y el respeto?
Sé bien que no podemos vivir las vidas de los demás. Apenas podemos con la nuestra, porque de lo que somos y hacemos, no sabría decir qué porcentaje de soberanía tenemos o somos capaces de ejercer. El peso de la herencia, de la rutina, el escaso margen que deja el poder omnipresente del capitalismo con sus múltiples tentáculos: la comercialización de bienes, servicios y tiempo... las redes de sistemas informáticos que pretenden tener toda nuestra vida encriptada.
También a veces he querido vivir la vida de los otros para compartir su felicidad. He dicho, incluso, que me hacía más feliz su felicidad que la mía. Y entiendo que esto también es un error. Leo que ha muerto Enric Molina, el sintecho que conocimos en el teatro y el cine. Nos parecía haber vivido un poco su vida, pero sólo sus compañeros de Arrels pudieron conocerlo y amarlo de verdad. Los que juzgan, critican, envidian sin preguntar, sin intentar ponerse en la piel del otro, tal vez no estén a gusto con la propia piel. ¿Qué vida quieren vivir los feminicidas?
Esta semana, Pere Aragonès asume la enorme responsabilidad de ser el 132 president de la Generalitat, en un momento delicadísimo para el país, pero deberá vivir su presidencia, no podrá vivir ni la del president Torra ni la del president Puigdemont. Pensar por uno mismo, asumiendo el pasado pero tomando las propias decisiones y en clave de futuro, es complejo. No podemos vivir la vida de los demás. Tenemos, eso sí, la obligación moral y social de mejorarla. Ya sea en Samos, Gaza, Ceuta, Colombia o Barcelona.
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