Opinión | Editorial

El Periódico

Barça: adiós a una temporada triste

La pésima planificación y un largo interregno han dejado a Laporta la tarea de presidir el epílogo de la gestión de Bartomeu. Ahora toca la reconstrucción

Laporta se dirige a la plantilla junto a Koeman en la ciudad deportiva del Barça.

Laporta se dirige a la plantilla junto a Koeman en la ciudad deportiva del Barça. / FCBARCELONA

La temporada del F.C. Barcelona, en lo que se refiere al fútbol profesional, podría calificarse de nefasta de no ser por tres detalles importantes. En primer lugar, por el histórico triunfo en la Champions del equipo femenino, un hito en toda regla que certifica un presente glorioso y que es fruto del trabajo de muchos años; en segundo lugar, por la consecución del título de Copa masculino; y, en tercer lugar, por la llegada a la cima de jóvenes formados en la Masia. De no ser así, el balance sería desesperanzador, porque más allá de la prematura eliminación de la Champions, el zigzagueante y errático paso por la Liga ha culminado en un final triste, sin soluciones deportivas sobre el terreno de juego, con una plantilla escasa y con un cierto tono de dejadez que, en una competición muy irregular, se dejó notar en los momentos decisivos, cuando estaba al alcance del Barça la posibilidad (que dejó escapar incomprensiblemente) de luchar por el título.

Pero este final no es más que un epílogo de algo que ya empezó peor. Hemos vivido una de las temporadas más extrañas, quizás la que más, de toda la historia del club, marcada no solo por el impacto de la pandemia sino por un terremoto institucional. En un curso sin público en las gradas y con telarañas en la caja, se pasó sin solución de continuidad del lamentable episodio del burofax de Messi a la humillante derrota contra el Bayern y un verano más de planificación sin rumbo, con una sensación de final de época que se tradujo en la moción de censura contra el presidente Bartomeu, en un interregno demasiado largo y en la aplastante victoria de Joan Laporta en las elecciones de marzo. Cuando todas las cartas estaban repartidas pero resultaba prematuro definir la próxima temporada: sin conocer los resultados deportivos ni el futuro de la clave de bóveda de cualquier operación de reconstrucción, la continuidad o no de Messi.  

Las convulsiones institucionales –con el asunto aún pendiente del Barçagate, con la paralización de las inversiones estructurales, y con un alarmante déficit de liquidez y un pasivo de 1.173 millones de euros– y una gestión desastrosa de la directiva saliente –puesta en evidencia con las consecuencias del regalo de Luis Suárez a un rival directo– no son ajenas al fiasco futbolístico. La solución Koeman llegó para tapar agujeros en una etapa volcánica y, al mismo tiempo, de transición, y podría calificarse su gestión como meritoria, por el trato con el vestuario y por mantener la competitividad hasta casi el final, en circunstancias adversas. Pero, paralelamente, la falta de decisiones contundentes sobre el césped y su reacción pública tras el final de la Liga parecen augurar que no será el entrenador del futuro. Que se presenta complicado (en lo deportivo y en lo económico) y pasa por una remodelación a fondo, que debería suponer un número elevado de bajas para cuadrar las cuentas y aminorar el límite salarial pero, al mismo tiempo, llevar a cabo posibles nuevos fichajes que ilusionen a socios y aficionados. Justo cuando el contexto económico hace que la operación sea más difícil.

Esta semana será decisiva para dibujar la próxima temporada. Hasta ahora, Laporta ha apostado por un perfil discreto, sin demasiadas disonancias. Le esperan retos de primer nivel, con una lección aprendida: cuáles serían las pésimas consecuencias de gestionar la plantilla teniendo como prioridad aligerar la nómina sin atender a criterios deportivos y sin encontrar recambios solventes. Lo que en el caso de Suárez fue un error, en el de Messi sería algo peor.