La nota

Al fin, humo blanco

Habrá Govern y no se tendrán que repetir elecciones, pero el nuevo ‘president’ deberá saber arbitrar las prioridades de los catalanes

Pere Aragonès y Jordi Sànchez presentan el principio de acuerdo

Pere Aragonès y Jordi Sànchez presentan el principio de acuerdo

Joan Tapia

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Desde las elecciones del 14-F han sido precisos tres meses para que los dos partidos que han gobernado desde las elecciones de 2017 hayan pactado el inicio de la nueva legislatura. Dada la radical negativa independentista a todo gobierno transversal –lo que excluye al PSC, que fue el primero el 14-F– quizá estemos ante un desenlace tanto inevitable como el menos malo.

Catalunya no podía ir a nuevas elecciones y estar hasta después del verano con un gobierno en funciones que no pudiera abordar los graves problemas que plantean el fin de la pandemia, la recuperación económica y las consecuencias sociales de la crisis. Además, habría sido una muestra de incapacidad y falta de ‘seny’, el peor mensaje que Catalunya debe emitir en este momento.

El anuncio de un pacto de gobierno –que las bases de JxCat todavía deben aprobar en una pregunta aún desconocida– es pues quizá la menos mala de las soluciones al peligroso ‘impasse’ al que habíamos llegado. Tener Govern era la primera asignatura. Habrá que esperar su composición exacta para un primer análisis. Pero, de entrada, tras el respiro de alivio por haber evitado repetir elecciones, hay que apuntar hechos que no incitan al optimismo.

El primero es que todas las encuestas indican que la independencia no es hoy la gran preocupación de los catalanes. Sin embargo, en la rueda de prensa de este lunes del ‘vicepresident’ Pere Aragonès y de Jordi Sànchez, secretario general de JxCat, llena de generalidades y poco concreta, quedó claro que la independencia era prioridad. Es un objetivo que suscriben los tres partidos (ERC, JxCat y la CUP) que tienen mayoría en el Parlament, pero no es lo que prefieren los ciudadanos. En la encuesta del fin de semana de este diario, el 75% afirmaba que la prioridad del Govern debía ser la recuperación de la economía tras la pandemia y solo el 22% se decantaba por solucionar el conflicto político.

Pero además la independencia divide desde hace demasiados años a los catalanes en dos mitades, y fue precisamente el cisma sobre la hoja de ruta al Estado propio lo que hizo que al anterior Govern, presidido por Quim Torra, fuera incapaz no solo de superar las fuertes querellas intestinas, sino también que los partidos que lo sustentaban –los mismos que ahora vuelven a pactar– fueran incapaces de elegir un nuevo ‘president’ y acabar así la legislatura.

Los hechos están ahí y deberían servir, como mínimo, para que el nuevo Govern intente no recaer en los mismos errores que el anterior. O, peor, que el penúltimo presidido por Puigdemont.

Pero sería absurdo, por improductivo, condenar de entrada el futuro en base al pasado. Pere Aragonès es un gobernante rodado que ha vivido momentos muy difíciles y ERC ha sabido sacar conclusiones de los errores al admitir que la unilateralidad –el quebrantamiento de la ley– no es el mejor camino para el progreso.

Cabe esperar que el nuevo Govern sepa abordar con más experiencia los problemas políticos, de recuperación económica y de igualdad social que afronta Catalunya. Y eso sería algo menos complicado si el diálogo entre el Govern y la oposición fuera más abierto que en la pasada legislatura. Máxime cuando el PSC, el primero de la oposición, será también clave en la negociación de muchos contenciosos con Madrid.  

Confiemos en que el Govern Aragonès acierte, no quede prisionero de su difícil equilibrio interno y logre insertar sus objetivos en el marco de lo factible en la España y la Europa actual. Es el gran desafío de toda Catalunya.

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