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Así ayuda el teletrabajo a reducir las emisiones de CO2

El automóvil es el principal responsable no solo de los gases de efecto invernadero en las ciudades, sino también de la mala calidad del aire que perjudica a nuestra salud

teletrabajo

teletrabajo / El Periódico

Adrián Fernández

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Las primeras restricciones por la pandemia impulsaron el teletrabajo como nunca antes habíamos visto. Tener la oficina en casa, hasta entonces algo minoritario, se convirtió un año después en una rutina habitual para muchas personas. Un fenómeno que ha ayudado a reducir una buena parte de los viajes diarios. Por eso desde Greenpeace nos hemos preguntado hasta qué punto un aumento en el teletrabajo podría contribuir a reducir las emisiones de CO₂ en las grandes ciudades.

Según el último informe de Greenpeace, bastaría con añadir un día más de teletrabajo a la semana para reducir hasta 612 toneladas de CO₂ diarias en Barcelona y su entorno. Es decir, estaríamos reduciendo un 3% de las emisiones del transporte de viajeros con una medida inmediata y asumida ya por muchas empresas. Unas emisiones producidas sobre todo por el tráfico rodado, lo que convierte al automóvil en el principal responsable no solo de los gases de efecto invernadero en las ciudades, sino también de la mala calidad del aire que perjudica a nuestra salud. El Instituto de Salud Global ya colocaba a Barcelona como la sexta ciudad de Europa con mayor mortalidad por esta causa. Y pese a que recientes medidas contra la contaminación (como la Zona de Bajas Emisiones) estén mitigando los efectos nocivos del tráfico, necesitamos un mayor esfuerzo para acabar con el daño que el abuso del automóvil provoca en la salud y en el clima.

El desplazamiento más limpio es el que no se realiza. Aquí es donde entra la efectividad de impulsar el trabajo en casa, cuyo impacto en Barcelona supera incluso al que tendría en Madrid. En los viajes pendulares hacia la ciudad lo normal es el uso del transporte público, sobre todo eléctrico (Metro, Tram, Rodalies…). Pero cuando toca desplazarse entre municipios de la periferia la dependencia del coche es enorme. Un fenómeno agravado por el urbanismo disperso y la deslocalización de oficinas fuera de la ciudad, que obliga a miles de personas trabajadoras a usar el vehículo propio como única forma de llegar a sus puestos.

La posibilidad de trabajar desde casa es más elevada entre los trabajadores de mediana edad, con rentas altas y estudios superiores. Precisamente el perfil de quienes más utilizan el coche para moverse a diario. Los datos del informe de Greenpeace indican que un 60% de las emisiones evitadas procede de personas entre 35 y 55 años, en su mayoría hombres, puesto que las mujeres se mueven más en transporte público y se implican más en viajes no laborales -como los cuidados- que sigue siendo necesario realizar. Con estas cifras parece que el teletrabajo sería una medida efectiva, ya que las personas que más contaminan son también quienes podrían teletrabajar con más facilidad.

Aun así, no podemos pasar por alto el hecho de que una amplia mayoría de la clase trabajadora no puede acogerse a los beneficios del teletrabajo. Sectores esenciales como la sanidad, el comercio o la industria requieren empleos presenciales, cuyo personal seguirá desplazándose a diario. La promoción del teletrabajo ha de ser una pieza más dentro de un nuevo sistema de movilidad respetuosa con el medio ambiente y accesible para todas las personas, y no un elemento que discrimine (aún más) a la población trabajadora más vulnerable.

Para corregir esta posible desigualdad, el impulso del teletrabajo debe acompañarse de medidas como una red de transporte público potente y competitiva, un modelo urbanístico de proximidad que evite largos trayectos en coche y un reparto del espacio público a favor de los desplazamientos a pie y en bicicleta. En este sentido, Barcelona tiene un enorme reto que requiere medidas ambiciosas como la aplicación de un peaje de congestión, la ampliación de los carriles Bus-VAO o la consolidación de su red ciclista. Medidas imprescindibles para alcanzar este modelo de movilidad justa y sostenible que propone Greenpeace y que, en plena emergencia sanitaria y climática, contribuye a acercarnos a los objetivos del Acuerdo de París.