Generación frustrada

Despotismo generacional y 'youngwashing'

Hay que lograr que los jóvenes sean parte activa de la conversación y de las decisiones, pero no invitarles de forma anecdótica

Directo Hasel

Directo Hasel / AFP

Liliana Arroyo

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Prácticamente todo lo que hacemos en la vida responde a dos necesidades fundamentales: una es ser y la otra sentirnos parte. Somos – y no solo existimos - en la medida que sabemos qué nos define, qué nos hace personas únicas e irrepetibles aquí y ahora. Existir en solitario carece de sentido, porque desde que empezamos a respirar necesitamos el sentido de pertenencia. Por eso construimos tribus, familias, comunidades donde se nos reconoce, acepta y protege. Así era miles de años atrás y lo sigue siendo hoy, por mucho que la forma haya cambiado. Es precisamente alrededor del contrato social, compartido y aceptado que construimos la confianza y cohesionamos nuestra vida común. La esencia persiste, hasta tal punto que compartir el mamut recién cazado o sumarse al reto viral de la semana tienen mucho en común. Lo que cambia con el tiempo es el relato y los principios que nos unen.

Los que nacimos en los años 80 vimos cómo el sueño del trabajo a cambio de una vida digna se truncó cuando estalló la crisis de 2008. Ser mileuristas nos dolía porque nos habían prometido otra cosa. Desde entonces, la promesa fue oscureciendo y la sensación es que con la sindemia ya se ha acabado de pudrir del todo. La semana pasada una chica de 20 años me decía indignada “ojalá pudiéramos ser mileuristas, pero es que hoy ni aspiramos a eso”. Ese es el eco de la angustia que resuena desde hace días por las calles cuando cae el sol. La chispa fue una detención, pero podría haber sido cualquier otra cosa. La mecha es larga y viene repleta de frustraciones. Y si algo ha aprendido esta generación es a expresarse, experimentar con su identidad y sintonizar con los valores, porque es lo único que no se puede arrebatar.

El mundo adulto se ha perdido muchos matices de las vivencias de la adolescencia conectada. Bautizarles como nativos digitales en muchos casos ha servido para dejar su sociabilidad en manos de unas plataformas que se lucran ofreciendo espacios donde ser y pertenecer. Muchas personas se hartaban de decir que los jóvenes pasan el día enganchados al móvil y que se habían instalado en el 'clictivismo' (el activismo de sofá, a base de clics). También asumieron que la juventud afrontaría el confinamiento mejor que nadie, con las redes sociales como línea de vida. Desde el verano ha quedado claro que adoran abrazarse tanto o más que quien nació en analógico. Juzgarles desde la distancia, tanto hablar de ellos sin ellos, ha tejido un abismo que ahora hay quien se apresura a reparar.

Si nos fijamos más allá de los contenedores ardiendo y el pillaje encontraremos personas a las que no solo les solo les preocupan los selfis, sino también su futuro

Si nos fijamos más allá de los contenedores ardiendo y el pillaje en comercios – ambas cosas absolutamente injustificables -, vamos a encontrar personas con la vida por delante que lo que nos están diciendo es que la zanahoria está podrida. Que por mucho que la queramos pintar naranja y jugosa, no solo les preocupan los selfis y los 'likes'. También les preocupa su futuro y sus oportunidades. Pero ¿cuánto nos hemos preocupado de bajar a la calle a preguntarles? Probablemente menos de lo que nos hemos sentado a jugar con ellos al videojuego favorito o a preguntarles por qué les interesan esos 'influencers' que, a ojos adultos, no tienen ninguna gracia.

Nos hemos inventado el término 'fatiga pandémica' para echarle la culpa de los malestares que arrastramos. Si algo hemos aprendido es que la salud física no se entiende sin la salud mental y viceversa. De hecho, ahora estamos en fase de psicologizarlo todo: en los últimos días han salido diversas estadísticas señalando que han aumentado la ansiedad y la depresión. Sin duda es importante que captemos ese malestar y aseguremos acompañamiento profesional para quien lo necesite – no solo para quien se lo pueda pagar. Pero tenemos que preguntarnos en qué medida son ansiedades directamente vinculadas a un contexto social asfixiante, polarizado y desigual.

Hay que renovar el imaginario, pero por encima de todo hay que tener presente que en tiempos de cultura digital el despotismo ya no sirve. Y menos para la generación que ha crecido acostumbrada a opinar en directo y en abierto para todo el mundo. Hay que reescribir con ellos, que sean parte activa de la conversación y de las decisiones. Sin paternalismos ni simplificaciones. Pero ojo con el ‘youngwashing’ que comenzó con Greta Thunberg y que estamos viendo estos últimos días en muchos medios. Invitarles de forma anecdótica es una forma estrecha de tenerles en cuenta y más que escapar del despotismo generacional, lo acentúa.

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