Opinión | Editorial

El Periódico

A favor de la transversalidad

Ante la crisis sanitaria, económica e institucional es exigible una mínima predisposición de los partidos a llegar a pactos que superen las trincheras en la cuestión nacional

Elecciones autonomicas

Elecciones autonomicas / JORDI COTRINA

Los catalanes estamos llamados a las urnas este domingo. Los enormes retos que tenemos por delante nos obligan a hacer un esfuerzo más en tiempo de pandemia y acudir a unos colegios electorales en los que se han tomado todas las medidas de protección posibles para que no sean un foco de propagación del virus. Una vez más, se nos pide un ejercicio de responsabilidad, atendiendo a las recomendaciones sobre las franjas horarias de voto, las colas o llevar las papeletas preparadas desde casa. No hay que esperar heroicidades, pero se puede decir que hay las condiciones suficientes para esperar que la abstención sea el resultado de una opción libremente asumida y no del miedo o del riesgo.

La campaña electoral ha sido igualmente atípica. Los candidatos han quedado prisioneros de sus encuestas a falta del contacto con los ciudadanos en las calles o con los simpatizantes en los mítines. Quizás eso explica el tono tosco de algunas intervenciones y de algunos debates y, seguramente, explica algunos errores tácticos, como el documento en el que los partidos independentistas se conjuran para no pactar con el PSC. Siempre se le puede pedir más a la campaña electoral, en esta ocasión muy centrada en la pandemia, con mayor intensidad en los reproches que en las propuestas. El debate independentista no ha aportado nuevas propuestas, tampoco por parte de las fuerzas de la actual mayoría parlamentaria, lo cual no significa que no sea un vector fundamental en la decisión de los electores, poco proclives a saltar los bloques en los que está organizada la política en Catalunya desde el año 2012. 

Con todo, uno de los elementos nucleares de esta pugna se ha centrado en los pactos poselectorales. Catalunya lleva más tiempo alejada de las mayorías absolutas que el conjunto de España. Y, prácticamente desde 1999 ha tenido gobiernos en minoría con apoyos parlamentarios o en coalición. En la primera mitad de este periodo se organizaron en base al eje ideológico: CiU y PP, primero, y PSC, Esquerra e ICV, después; y en los últimos 10 años en base al eje nacional. Hoy todo el mundo da por supuesto que se necesitarán pactos. Por ello, junto a la adhesión ideológica y a la defensa de los propios intereses, es evidente que las expectativas de pacto pesarán en la elección final de los indecisos que en la última semana aún no habían optado por una fuerza u otra dentro de los bloques preestablecidos. De lo que ellos hagan y de la cifra final de participación dependerá en muy buena medida la fuerza que tendrá cada formación política en las negociaciones que empezarán el lunes para lograr una mayoría que siga el combate contra el virus, con mayor acierto si cabe, que lidere la recuperación económica gracias a los fondos europeos y que ponga las bases para encauzar el conflicto político que subyace en la política catalana. 

En la prensa anglosajona es tradición que los medios de comunicación definan sus preferencias electorales. Aquí no es así y no lo vamos a hacer. Pero sí que dentro de nuestro propósito de hacer compatible el progreso de las personas con la defensa del planeta, nos atrevimos a sugerir a los electores que junto a la legítima defensa de sus intereses y de su ideología introduzcan un tercer elemento en su papeleta: la predisposición de los partidos a llegar a acuerdos, de gobierno o no, que superen las trincheras en la cuestión nacional. La aritmética y la política determinarán después si son viables o no, pero es exigible en este momento una mínima predisposición a ello. Porque ante la magnitud de la crisis sanitaria, económica e institucional que padecemos ese debe ser un común denominador igual que debe serlo también renunciar a llegar al Gobierno gracias a la presencia de la extrema derecha en el Parlament, por activa, por pasiva o por perifrástica. En el trato con Vox, al que no estamos acostumbrados, la 'vía Merkel' es la única aceptable democráticamente.