Camino a las urnas
Pese a todo
El mundo se hunde y nuestros líderes no nos enamoran, enfrascados en sus inoperancias, en el perpetuo ‘bienquedismo’, los mensajes contradictorios y la continua zancadilla al rival
¿A quién votar el 14-F? Difícil cuestión. Una ha pedido el voto por correo por una especie de tozudez democrática, o de acto de fe en el sistema, o del equivalente político al dicho aquel de “la del pobre; antes reventar que sobre”, pero la decisión no es fácil. ¿A ERC, y su gestión de las residencias y los (no) rastreadores? ¿Al PSC, con un Illa exministro casi desaparecido en combate frente a las autonomías desde verano? ¿A JxCat o Comuns, que reniegan e intentan desvincularse de sendos gobiernos de los que se suponen parte integrante (aunque sea con otro nombre)? ¿A un PP que en el mejor de los casos obstruye y en el peor –Madrid– es nocivo? ¿A unos Ciudadanos irrelevantes? ¿A una CUP que no quiere ganar? Y no meto en la lista a los innombrables de tres letras, cuyo mero nombre, como decían Los Calis respecto a la heroína, causa ruina. No está fácil, no, aunque supongo que cada uno de nosotros puede encontrar que estos defectos se compensan con alguna virtud, aunque sea algo tan reductivo como la postura sobre la independencia.
Me repele el discurso de que todos los partidos son iguales, porque alimenta monstruos, y porque si lo fueran viviríamos en un indeseable consenso seráfico. Igual que la pandemia ha evidenciado las costuras mal cosidas de la sociedad, otro tanto parece haberle ocurrido a la democracia. El mundo se hunde y nuestros líderes no nos enamoran, enfrascados en sus inoperancias, en el perpetuo ‘bienquedismo’, los mensajes contradictorios y la continua zancadilla al rival, sin haber consensuado una ley electoral que evitara este último sainete.
No ayuda que además nos vendan que en pro del derecho a la participación sí es lícito cambiar de comarca para asistir a un mitin, cuando hace tiempo que estos son poco más que un aquelarre por y para los fieles. Uno influye y participa más de la vida política mediante cualquier decisión de consumo cotidiana, desde borrarnos de una red social a comprar en la tienda de la esquina. Y más cuando a muchos ciudadanos de a pie se les exigirá dentro de unos días que se enfunden con miedo un EPI para garantizar, ellos sí, que todo el mundo pueda practicar el grado cero de la participación política, que es el derecho de voto. Pese a todo, ejercerlo es defenderlo.
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