Pros y contras
Turrones
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
Hubo un momento excepcional, en la historia de la humanidad, en el que los turrones eran de Jijona, de Alicante, de mazapán con incrustaciones de fruta confitada, de yema y también de chocolate, con almendras, piñones y avellanas. Después llegaron los Suchard, los clásicos, que tenían arroz inflado y que contenían una extraña sustancia secreta que provocaba (y provoca) adicción. Estoy de acuerdo en que meter arroz inflado en una barra de chocolate ya era un invento algo raro y, a mí, que no me gusta la fruta confitada, los de esta clase también me parecían estrambóticos.
Pero después todo fue a peor y el mundo fue a la deriva. Hasta el momento actual, donde el caos impera con un catálogo que ni el más enloquecido de los pasteleros podía soñar en el momento más tenebroso de la noche. Turrones de gintónic y de patatas fritas, turrones de vermut de Reus (también con patatas fritas), turrones de rosas y de cruasanes. Como dice un amigo mío, solo falta el de 'escudella' y el turrón de pavo relleno para completar toda una comida. Por si acaso, mi refugio es el Sant Jordi, de can Tuyarro, que es un lugar seguro, clásico y tradicional, nunca superado por ninguna modernidad.
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