'Annus horribilis'

Malhadado 2020

El entusiasmo inicial en esta pandemia que ha hecho virar radicalmente las inquietudes que teníamos antes de marzo ha dejado paso al desánimo y al escepticismo

Personas aplauden desde los balcones del Eixample, el 30 de marzo del 2020

Personas aplauden desde los balcones del Eixample, el 30 de marzo del 2020 / periodico

Josep Oliver Alonso

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Con el cambio de año a la vuelta de la esquina, es momento de balance de este 'annus horribilis'.¿Qué ha destacado de este tremendo 2020? Comenzando por el principio, en enero/febrero, y cuando la pandemia rugía en Asia e Italia, nuestras preocupaciones se centraban en si estábamos, o no, entrando en una nueva crisis económica; en cuales eran las expectativas del Gobierno Sánchez, o, finalmente, en los potenciales efectos del Brexit. Pero, a partir de marzo, nuestras inquietudes viraron radicalmente: el covid desplazó nuestro interés hacia el sistema de salud y la solidaridad europea. Sobre esta última, tras los acuerdos de la Comisión Europea de abril (que han permitido financiar los ertes, por ejemplo), llegó el Plan de Recuperación que debe canalizar hacia España unos 150.000 millones de euros. Aunque lo más relevante de la ayuda europea quedó oculta: el monto más sustantivo no procedía de Bruselas, sino de la compra de deuda pública por parte del BCE (por 1,6 billones de euros hasta finales de 2021), que se puso ya en marcha a finales de marzo y que ha tenido continuidad hasta su ampliación, hace unos días, en otros 500.000 millones.

En lo relativo a la sanidad pública, la que entomó el grueso de las consecuencias de la pandemia, emergieron con claridad los nefastos efectos de su jibarización por gobiernos conservadores en España, Catalunya o Madrid. Sus recortes de los últimos años explicaban, en una medida no menor, unas cifras de contagios y muertes insólitamente elevadas en el panorama europeo. Además, que el 50% aproximado de las defunciones tuviera lugar en residencias arrojaba, ya entonces, una fundada sospecha de maltrato, desprotección y falta de previsión hacia la situación de los mayores más frágiles. Y aunque diversos comités de bioética afirmaban que se hacía lo mismo que en se hubiera hecho en cualquier otra circunstancia, el colapso de la sanidad sugería exactamente lo contrario. Junto a la edad, también comenzó a visualizarse la manifiesta asimetría social de la epidemia: a menor ingreso, mayor impacto. Pero estos meses tan duros fueron también de un cierto entusiasmo colectivo: los aplausos diarios a los sanitarios y la confraternización vecinal hacían creer que con entusiasmo íbamos a vencer al covid. Ello se reforzaba con la visión de una crisis en forma de V muy marcada: tras los malos tiempos vendrían, muy rápidamente, los buenos.

En la primera fase del covid quedó claro que el diferencial de crisis del país reflejaba problemas estructurales más profundos 

Con la llegada del verano pareció iniciarse una nueva etapa más optimista, aunque, rápidamente, comenzó a frustrarse: el aumento de contagios y las prohibiciones, o recomendaciones, por parte de autoridades europeas de no viajar a Catalunya o a España, impactaron duramente nuestro turismo. Ello dio origen al debate sanidad-economía, sesgado durante toda la pandemia hacia esta última, con los problemas reputacionales que su gestión había puesto de manifiesto. Visto desde hoy, me inclino por la solución asiática: parece más razonable frenar en seco la epidemia, aunque implique parar la actividad, y recomenzar de nuevo una vez desaparecida. También en esa primera fase del covid quedó claro que el diferencial de crisis del país reflejaba problemas estructurales más profundos (baja productividad, frágil empleo, excesivo peso de las actividades centradas en el turismo, el comercio y el entretenimiento) que apuntaban, una vez más, a la necesidad de acometer un amplio catálogo de reformas.

Entre el verano y la segunda ola de otoño, y cuando la epidemia aflojaba un tanto, este 2020 también nos permitió discutir otros aspectos: acerca del insoportable griterío en los debates parlamentarios; de la translación a España del Black Lives Matter, con nuestro papel en la historia del esclavismo; sobre la distribución de los costes de esta nueva crisis, o de la nula preocupación de los poderes públicos sobre la rampante nueva pobreza. También, entre tanta desolación, ha habido tiempo para avanzar en cuestiones cardinales: la aprobación de las leyes de renta mínima y de eutanasia no pueden quedar sepultadas entre tanto dolor.

Hoy, ante lo que parece será la tercera ola, nuestras preocupaciones regresan a aquel marzo/abril de este malhadado 2020. Pero el entusiasmo inicial ha dejado paso al desánimo y al escepticismo: no hay ya ni aplausos a sanitarios ni mayor confraternización entre vecinos. Pero, quizá, la vacuna nos permita romper este inacabable círculo y, finalmente, en verano de 2021 vuelva a lucir el sol que todos deseamos para nuestro futuro. En todo caso, nos depare lo que nos depare 2021, ¡feliz año nuevo!

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