Adiós a una leyenda del fútbol

La iglesia maradoniana

La identidad futbolística puede llegar a tener tanto arraigo personal y colectivo como la religiosa

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José Luis Pérez Triviño

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Acabo de recibir hoy mismo en casa un libro clásico sobre el fútbol como fenómeno antropológico, 'The soccer tribe' (la tribu del fútbol), escrito por uno de los grandes especialistas, Desmond Morris, y la casualidad hace que la primera página contenga una foto en la que se ve a <strong>Diego Armando Maradona</strong> aupado por sus compañeros de selección y portando el trofeo de campeones en el Mundial de México. Un Mundial donde protagonizó las dos jugadas más comentadas en la historia del fútbol, la de un gol que le llevaría al cielo de las excelencias futbolísticas y la del otro gol, que a cualquier otro futbolista le hubiera condenado al infierno del oprobio, pero no a él, que lo validó como <strong>la mano de Dios</strong>.  La suya. Y como los dioses tienen la facultad de decidir qué es lo que está bien y lo que está mal, también tienen el poder de decidir que es un gol válido.

Tampoco parece una causalidad que justo acabe de escribir un prólogo de un libro de próxima aparición sobre religión y fútbol, en el que señalo algunas de las semejanzas entre ambos fenómenos. En efecto, los estadios son en ocasiones denominadas “catedrales” o “santuarios” en tanto instalaciones donde los fieles, esto es, los aficionados se reúnen -cada semana, y hasta hace poco tiempo, de manera regular el domingo, el día del Señor- para compartir una común liturgia. Se ha destacado en numerosas ocasiones la analogía entre la liturgia del partido de fútbol con la de un acto de fe, donde el grupo forja unos profundos lazos emocionales. Es lógico entonces, asumir la conclusión de que un partido de fútbol es similar a una ceremonia sagrada, que implica no solo una congregación de fieles, sino también una ocasión para reafirmar el sentido de pertenencia a una colectividad unida por una creencia firme, profunda y duradera en un contenido sagrado como es la fidelidad a un escudo y a una camiseta.

La experiencia del individuo como aficionado está, por otro lado, vinculada a una identificación indeleble con el club al que presta lealtad. Eduardo Galeano ya señaló con su habitual perspicacia que un individuo puede cambiar de casa, de ciudad, de pareja… pero no de equipo de fútbol. Presuposición que, por cierto, en la película 'El secreto de sus ojos' sirvió a su protagonista, interpretado por Ricardo Darín, para encontrar al violador de una joven a quien, hasta ese momento, perseguía infructuosamente.

En efecto, gran parte del interés antropológico del fútbol reside en cómo se constituye en un factor crucial de la identidad individual y colectiva de los aficionados. Así pensaba quien fue presidente de la Federación Española de Fútbol, Pablo Porta: “El fútbol es un deporte que no tiene ningún interés. Desde el punto de vista técnico es una cosa muy rudimentaria. Cuenta demasiado el azar, es muy poco espectacular y no requiere tampoco hombres especiales porque es muy fácil enmascarar la mediocridad entre once… ¿Sabe usted lo que aguanta el fútbol?:…[el] ser de alguien”. Así pues, la identidad futbolística puede llegar a tener tanto arraigo personal y colectivo como la religiosa. Habría entonces una semejanza entre las reuniones eucarísticas de culto propias de la religión y la asistencia de los aficionados a los estadios unidos por la común fervorosa devoción hacia su equipo de fútbol.

Pero falta un elemento más en las semejanzas entre el fútbol y la religión. En los dos hay dioses. Aunque para Manuel Vázquez Montalbán el fútbol fuera una religión en la búsqueda de un dios, quizá sí haya dioses en el fútbol, algunos, solos unos pocos jugadores, las estrellas del firmamento futbolístico sobre las que recae la responsabilidad de conducir al equipo hacia la gloria. Y uno de ellos era Maradona.

De ahí que todos los aficionados al fútbol nos consideremos devotos de la iglesia maradoniana, la dedicada al culto del jugador argentino. Esto es lo que nos caracteriza a los miembros de esa tribu, la más global, numerosa, dividida por lealtades locales, pero unidos por la devoción a los dioses que hacen del fútbol un fenómeno universal. Aquellos que, como decía de nuevo Galeano, mendigamos en búsqueda del buen fútbol aunque sea un estadio o bajo una camiseta que no es la nuestra. Y por ello, aunque tuviera en su vida claroscuros -¿y qué dios no los tiene?-, a Maradona quizá no se le puede juzgar por las mismas leyes que al resto de los humanos. 

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