No solo fútbol

¡Que vuelvan los marrulleros!

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Josep Martí Blanch

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Tengo una gran debilidad por los marrulleros. El deporte sería sin ellos un recital de un cuarteto de cuerda. No es que queramos desmerecer a los músicos, pero ya nos entendemos. En este mundo de nueva moral victoriana que vamos construyendo los tahúres del deporte están cada vez peor vistos porque nos recuerdan al animal que llevamos dentro y que siempre amenaza con dominarnos. Les tenemos miedo. Ellos anclan su manera de hacer en el instinto, que habla poco pero claro: solo importa ganar. Por eso no tienen reparos en conseguirlo haciendo trampas, ni renuncian a la violencia como recurso que si es necesario no hay que tener reparos en utilizar.

Son criticados, vilipendiados por la corrección política que pretende convertirnos a todos en doctorandos de los buenos modales. Pero lo cierto es que dejan escenas imborrables grabadas a fuego en la memoria de los futboleros. Aprovechando que publica ahora un libro, pregúntense qué es lo que une en  el recuerdo de Hristo Stoichkov a todos los barcelonistas sin excepción. ¡Claro que sí! El pisotón merecido al colegiado Urizar Azpitarte en un Barça-Madrid. Ni goles, ni jugadas. Lo que ha dejado para la historia el búlgaro es una explosión incontrolable de rabia. Sin eso no hay futbol posible.

En vísperas del Atlético de Madrid – Barça es inevitable pensar en estas cosas porque el Cholo Simeone es una versión muy depurada del matonismo futbolístico. O lo era, porque desde hace un tiempo parece haberle entrado un poquito de flojera en el carácter. Puede que sea la edad, que todo lo atempera.

Cuando el fútbol era fútbol...

Cuando el fútbol era fútbol, en los tiempos prepandémicos, enfrentarse al Atlético de Madrid de Simeone era como acudir a una discoteca barriobajera en la que, igual podías tener suerte y disfrutar de la noche de tu vida, como volver a casa con la boca partida y los ojos morados; simplemente porque alguien había decidido que no le gustaba como le mirabas. Fuese como fuese había que estar siempre alerta. Eso era lo que sucedía enfrentándote al Atlético del Cholo. Ahora que a lo máximo que llegan los partidos es a entrenamientos intensos es cuando más se echan de menos los subidones de adrenalina que nos provocan los canallas y tramposos. ¡Cuánto les echamos de menos!

Exigimos caracteres desbordados en el césped y en los banquillos que nos liberen del eterno periodo de hibernación en el que andamos metidos. Nos morimos por un sarpullido de emoción, por un partido a cara de perro. Quisiéramos que Simeone cumpliera con su parte más chusquera y nos obsequiase con un Atlético-Barça de verdad. Pero ya sabemos de antemano que tenemos pocas posibilidades de ver satisfecho nuestro deseo. Fíjense que ya nadie calienta los partidos, que se suceden uno tras otro con la misma pasión desbordante de un plato de acelgas sin sal ni aceite. Es el particular toque de queda del mundo del fútbol.