Análisis

La resistencia del improbable Trump

La división llevada al límite para resolver las grandes cuestiones, abriendo las puertas a la violencia si se dan las condiciones más inoportunas, es la gran amenaza

Trump, en su comparecencia de esta noche electoral.

Trump, en su comparecencia de esta noche electoral. / periodico

Carlos Carnicero Urabayen

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Con la lección aprendida, muchos de quienes no podían creer que ganaría en 2016, no creían ahora que Trump pudiera perder. A pesar de las encuestas, que esta vez apuntaban un camino de victoria mucho más claro para Biden de lo que apuntaban para Hillary Clinton. A pesar de una pandemia que ha arrasado con todo pero que parecía que no podía derrumbar a Trump.

A estas alturas, el improbable Trump ha dejado de ser 'un accidente' en la política norteamericana y en el mundo que mira hoy expectante el resultado electoral. Representa un consolidado movimiento mega populista que, de momento, sigue anclado en el poder, a pesar de las barbaridades que han salido en cuatro años por su boca, y pese a seguir comportándose como un candidato radical que hasta hace un tiempo sería clasificado como marginal (en la misma noche electoral Trump tuiteó sobre la amenaza de que le “roben” la elección) y amenazó con acudir al Tribunal Supremo.

Con algunas excepciones, la noche electoral pareció calcada a la de 2016. La gran división del país es mas profunda que nunca. Las costas, más cosmopolitas, urbanas, étnicamente diversas, siguen votando mayoritariamente al partido de Biden. El interior, rural y blanco, con menos densidad demográfica, sigue comprando el sueño nostálgico de viaje al pasado con Trump. El sistema electoral sobrerrepresenta a los ciudadanos del interior y por eso Biden ganara de nuevo el voto popular, pero podría perder la elección.

Los demócratas no han hecho sus deberes. Tras el mazazo de 2016 prometieron hacer examen de conciencia e interpelarse sobre algo que parecía insólito: un millonario megalómano como Trump conecta mucho más con las clases más humildes del país de lo que lo hacen ahora los demócratas, el partido situado a la izquierda. El apretado resultado del Cinturón de Oxido en el norte, tradicional bastión industrial (Wisconsin, Pensilvania, Michigan…) de voto demócrata hasta la llegada de Trump ha seguido el limbo hasta el final, lo que indica que no han cambiado mucho las cosas desde hace cuatro años.

El país está más dividido que nunca. Los consensos, incluso sobre los aspectos más fundamentales para una democracia –por ejemplo, sobre facilitar el derecho a voto o cómo contar los sufragios– están ahora volatilizados entorno a la figura de un presidente sobre el que todo el electorado tiene una opinión extrema: odiado y adorado a partes iguales.

La división llevada al límite para resolver las grandes cuestiones, abriendo las puertas a la violencia si se dan las condiciones más inoportunas, es la gran amenaza que en el transcurso de un largo recuento atenaza el futuro de la democracia mas antigua del mundo.

El precedente del año 2000, cuando los jueces terminaron dando la victoria a George Bush hijo frente a Al Gore 33 días después del día de la votación, sobrevuela los peores augurios. La ultrapolarización social, desbordada en las ultimas dos décadas, sumada a un presidente que en la misma noche electoral ha denunciado que no aceptará que le “roben” el resultado, siembra de peligros el horizonte más inmediato.