Conductas dudosas

Ejemplaridad, ego y cabreo

Ya nadie aspira a que los políticos no se equivoquen, ni siquiera que sean coherentes, pero lo que sí puede exigirse, con el precio incluso de pedir su cabeza, es que sean ejemplares

Salvador Illa a su llegada a la entrega de premios.

Salvador Illa a su llegada a la entrega de premios. / periodico

Ernest Folch

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Siete días después de que varios ministros, políticos y empresarios, y algún que otro militar, fueran al besamanos de Pedro J., el Consejo General de la Enfermería denunciaba a Fernando Simón por unas declaraciones “sexistas” en un canal de Youtube. En la fiesta de 'El Español' quizás no se infringió técnicamente ninguna norma, pero cuando se pide a la población que no haga reuniones y extreme sus precauciones, es grotesco que más de cien personalidades de la ‘beautiful people’ nacional, que tanto nos moralizan, se junten, algunos incluso sin mascarilla y sin repetar ninguna distancia, en un ambiente de sospechoso compadreo.

En el caso de Fernando Simón sería muy ingenuo no pensar que hay un gran interés por debilitar su figura desde el primer día, y el PP rápidamente se ha apuntado al carro de las enfermeras, pero es llamativo e inquietante que nadie advirtiera al mediático director, ya que él solito ha demostrado ser incapaz de verlo, que es difícilmente compatible ser la cara visible de la lucha contra la pandemia e ir a programas de entretenimiento a poner en práctica el jijijajá, con el consiguiente riesgo que esto conlleva.

Más allá del uso demagógico que se hace de cualquier resbalón, algo grave chirría con la presencia del ministro Illa en la fiesta de 'El Español', y las risitas tontas de Simón con unos 'youtubers'. Porque a estas alturas de la película ya nadie aspira a que los políticos no se equivoquen, ni siquiera que sean coherentes, pero lo que sí puede exigirse, con el precio incluso de pedir su cabeza, es que sean ejemplares. Es decir, tan sencillo como que sean capaces de cumplir el espíritu de las normas que ellos mismos dictan. Porque una de las características de esta segunda ola es el profundo cabreo, que puntualmente ha empezado a degenerar en violencia, de una población a la que le cuesta ver los frutos del enorme sacrificio que ha hecho todos estos meses. Si los que nos mandan fueran capaces simplemente de hacer lo que dicen y dedicar menos tiempo a su ego, seguro que las aguas bajarían más tranquilas.