ANÁLISIS
Sin conejo en la chistera
Estuvieron a punto de conseguirlo. El último gran truco. Pero la Generalitat no estaba para fiestas: encendió las luces del teatro y envió a todo el mundo para casa, que hay toque de queda. Bartomeu se volvía a quedar solo, como ya le pasó el 1 de octubre. Así que recogió sus bártulos y se despidió de un anfiteatro vacío, no sin antes cargar toda la responsabilidad al gobierno catalán.
Hacía semanas que no parecía haber otra vía que la dimisión, pero, aun así, la junta directiva continuaba gestionando el club con una perspectiva a largo plazo que sorprendía. Nos explicaban sus planes para el Espai Barça. Discutían recortes salariales con plazos de negociaciones que no tenían en cuenta su posible salida. Y mientras tanto, el resto asistíamos atónitos, buscando como niños dónde estaba el truco. ¿Acaso no decían los estatutos que con veinte mil firmas se tenía que votar?
Primero probaron con las firmas falsas, entretenimiento. Más tarde, la Guardia Civil, fuegos artificiales. Y finalmente, con el último enredo del bucle infinito con la Generalitat, que casi funciona, ilusionismo óptico. Envíame ese correo con la información, luego yo te respondo. ¿Cuántas sedes me pides? Espera que lo miro, que sean 21. ¿Quieres mamparas? Ningún problema, las encargo y ya te aviso cuando me lleguen. Ah, bueno, ¿no te lo he comentado? Para montar este tinglado necesito saltarme los estatutos, dame 15 días y lo cerramos. ¿No? Pues entonces, olvídate y lo reducimos al Camp Nou. ¿Tampoco? Pues no me dejas alternativa. ¿Se puede votar? Pero si lo quieres para ya, en una sede. Y así estuvimos durante días, encerrados, sin saber si subíamos o bajábamos, en esa escalera imposible de Penrose.
En contra de su voluntad
El mismo Bartomeu reventó este bucle con su dimisión y un discurso que mostraba incomprensión hacia las decisiones de la Generalitat, en favor de la celebración del voto de censura. Al fin y al cabo, la Generalitat había conseguido lo que no pudo el Barçagate, la dimisión de media docena de directivos en plena Semana Santa, las reiteradas críticas de los jugadores, una paliza histórica en Champions, o el intento de fuga de su máxima estrella. Esta vez sí, anunció su adiós, pero dejando claro que lo hacía en contra de su voluntad. Para su última aparición aún reservó un par de sorpresas, como el controvertido anuncio de la adhesión a una futura superliga europea.
John Henry Anderson, el escocés que popularizó el truco del conejo en la chistera, aplaudiría maravillado cada uno de los trucos de Bartomeu. Y justo cuando ya le creíamos invencible, cuando ya pensábamos que esta vez también aguantaría, al día siguiente de afirmar que no había motivos para dimitir, bomba de humo. Cual David Copperfield. Se esfumó.
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