LA CALIDAD DE LA DEMOCRACIA

Política dicotómica

Si España necesitaba hacer un 'reset' para afrontar las reformas pendientes, ahora debe cambiar de chip ante los retos añadidos por la pandemia

Dos mujeres muestran carteles contra los políticos, en una manifestación ante el Congreso para reclamar unas pensiones dignas, en el 2018

Dos mujeres muestran carteles contra los políticos, en una manifestación ante el Congreso para reclamar unas pensiones dignas, en el 2018 / periodico

Rafael Jorba

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La polarización y el incremento del ruido político disgustan a la ciudadanía. Es un hecho que en la última década, con el largo ciclo de crisis económica como telón de fondo, ha aumentado la desafección hacia los actores políticos y las instituciones. Así lo constatan los sondeos de opinión. La pregunta que cabe hacerse es si este es un mal endógeno de la política o el reflejo de un problema que la trasciende.

La respuesta: estamos ante un pez que se muerde la cola. La crisis del 2008 certificó el colapso de la política reformista -es decir, la llamada vieja política- y favoreció la emergencia de la nueva política, en clave populista, que se encargó de aportar respuestas simples a problemas complejos que los viejos partidos ya no eran capaces de encauzar. Las sociedades se habían polarizado y la política alimentaba esa polarización.

Debate en blanco y negro

El debate dicotómico, en blanco y negro, se fue adueñando de la escena. Había surgido en la década de los 90 en los platós de televisión, de la mano de la espectacularización de la información y del culto de la emoción. En la era del 'fast food', también el pensamiento rápido de los 'fast thinkers', en expresión de Pierre Bourdieu, vendía más que el debate contradictorio en tiempo y forma. Las redes sociales abonaron después esa tendencia.

No es extraño que muchos de los actores de la nueva política hicieran primero sus pinitos en aquellos platós de televisión. La crisis de hace 12 años, que aceleró el proceso de quiebra de los partidos tradicionales y del modelo social de referencia, los propulsó a la primera línea del espacio público. La democracia ganó pluralidad, pero lo hizo en beneficio de una política dicotómica, de buenos y malos, de unos contra otros, en clave de sí y no. 

Huida hacia delante

La vieja política, carcomida por los <strong>casos de corrupción sistémica,</strong> huyó hacia adelante: abandonó la vía reformista y secundó la política dicotómica, en blanco y negro. El espíritu del pacto constitucional saltó por los aires y fue sustituido por el frentismo. La moderación era sinónimo de traición. El resultado: si uno de los retos políticos del siglo XXI es gobernar la complejidad, los formatos con que lo hacemos son cada vez más simples, emotivos y espectaculares.

La política democrática no significa negar los conflictos; es la forma civilizada de resolverlos en aras del interés general. Es la antítesis de la política dicotómica que, así en Madrid como en Barcelona, se ha adueñado del debate público. Los vetos cruzados y la negación del otro ayudan a entender el abandono de los pactos de Estado en la escena política española y la apuesta plebiscitaria, también dicotómica, en la catalana.

La desafección ciudadana es la puerta de la antipolítica. La mejor forma de hacerle frente no son los 'cordones sanitarios', sino el diálogo, la negociación y el pacto como instrumentos de la acción política. Si España ya necesitaba hacer un reset para poder afrontar las reformas institucionales, socioeconómicas y medioambientales aún pendientes, ahora debe cambiar de chip ante los retos añadidos por la pandemia de covid. 

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