La hoguera

Funeral por unos filetes

Vivimos de espaldas a la muerte y no es raro, entonces, que las reacciones de horror broten en lugares tan insólitos como el súper o la clínica de abortos

Protesta animalista en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela

Protesta animalista en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela / periodico

Juan Soto Ivars

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El vídeo de unos animalistas dejando flores en la sección de cárnicos del supermercado ha dado la vuelta al mundo. Celebran un funeral por los filetes. Donde tú ves una oferta de proteína a precio reducido, ellos ven víctimas de un holocausto. A veces la calidad de la carne de supermercado es tan mísera que, si Miguel Arias Cañete hubiera pasado por ahí en el momento de grabarse las imágenes, les habría dicho que los acompañaba en el sentimiento. Pero no estamos aquí para hablar de la calidad, sino de la cantidad.

Lo fácil es reírse. Un velorio en la sección de carne está casi tan fuera de lugar como en un tanatorio, que son centros diseñados con la apariencia aséptica de los supermercados o los aeropuertos para ocultarnos a nosotros mismos que el negocio que se trata ahí es la muerte. Pero rasquemos debajo de la superficie de lo viral. Estos apasionados animalistas expresan algo que no es falso: que millones de vacas, cerdos y pollos pasan por la picadora industrial, sin contar con corderos y conejos.

Los animalistas protagonizan locuras tan exageradas como los antiabortistas. Ambos grupos reaccionan a lo que la mayoría de la sociedad considera trámite y ellos consideran asesinato. De los antiabortistas decía Louis CK en su monólogo '2017', previo a su destierro de la industria del entretenimiento, que comprendía muy bien su furia. Si tu sistema de creencias te lleva a pensar que un aborto es la matanza de un bebé, ¿cómo no perder los papeles ante una clínica donde esto se hace de forma burocrática?

El tabú de la muerte rige en la tribu democrática. La trivializamos en forma con películas de esbirros acribillados pero cubrimos su presencia de eufemismos. Ni asistimos a la matanza del cerdo, ni ponemos fotos de los cadáveres del atentado, ni velamos el cuerpo frío del pariente finado en el salón. Vivimos de espaldas a la muerte y no es raro, entonces, que las reacciones de horror broten en lugares tan insólitos como el supermercado o la clínica de abortos. Por algún sitio tenía que salir.

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