Análisis

Torra en los autos de choque

El coche de Torra circulaba en dirección a la inminente convocatoria electoral hasta que un vehículo más potente, el de Carles Puigdemont, lo arrolló en medio de la pista y lo situó en dirección contraria

Quim Torra

Quim Torra / RUBEN MORENO

Josep Martí Blanch

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Para entender la remodelación del Govern ejecutada sorpresivamente por Quim Torra hay que imaginar al 'president' conduciendo un auto de choque. En estas atracciones de feria no hay más regla que la de introducir la ficha en la ranura (pueden prestártela, como es su caso) e ir dando tumbos por la pista recibiendo golpes y propinándolos. No se trata de ir a ningún sitio, solo circular sin ton ni son a la espera que la bocina ponga fin al divertimento.

El coche de Torra circulaba en dirección a la inminente convocatoria electoral hasta que un vehículo más potente, el de Carles Puigdemont, lo arrolló en medio de la pista y lo situó en dirección contraria. Fue el mismo Torra quien había dicho que quería apearse cuando en enero anunció que el proyecto político del Govern estaba agotado y no tenía más recorrido, afirmación en la que ha seguido insistiendo.

Pero la voluntad del actual 'president' es volátil y además requiere permisos de terceros para hacerse efectiva. Los intereses electorales del partido de Puigdemont exigen que los autos de choque sigan en la pista hasta que el Supremo inhabilite a Quim Torra y que el Parlament no encuentre la manera de defenderle o sustituirle con un candidato de consenso por culpa de ERC. La campaña, se piensa, será entonces pan comido para JxCat: contra España (un nuevo 'president' inhabilitado) y contra ERC (cómplices de la maldad al negarse a mantener la legislatura en pie, porque solo desean ir a elecciones).

Si usted ahora piensa que ni sus intereses como ciudadano, y tampoco la pandemia, cuentan para nada en este vodevil ha acertado de lleno. Abandone la zona de los autos de choque y diríjase a la tómbola para recibir una muñeca repollo como premio a su intuición sin par.

Con la prórroga impuesta a Quim Torra, este ha tenido finalmente la oportunidad de embestir el coche del 'conseller' de Interior, Miquel Buch, y sacarlo de la pista. Era la espina clavada del 'torrismo', que se pasó semanas llamando por teléfono y visitando -cárcel incluida- a todo aquel que pudiera ayudarle a recabar el permiso que necesitaba para el cese de su 'conseller' cuando los sucesos de la plaza de Urquinaona. No los consiguió y, a pesar de ser una competencia suya en exclusiva, no se atrevió a relevarlo.

Ahora, aunque sea sobre la campana, ha podido por fin resarcirse. Buch es un aviso también para los que piensan que poniéndose a las órdenes del partido de Puigdemont purgan automáticamente todos sus pecados como exponentes de una cierta Convergència. Pongan las barbas a remojar, amigos.

A la 'consellera' Àngels Chacón también se la saca de la pista a las bravas, con vuelta de campana incluida, solo cuatro días después del divorcio entre Junts y el PDECat. La purga del disidente es una medicina habitual, así que no hay margen para una excesiva sorpresa. Ahora bien, que pretenda justificarse el cese con el argumento de la reactivación económica por la pandemia, cuando es uno de los miembros del Govern con mayor reconocimiento entre sus interlocutores sectoriales, es un chiste, y no uno cualquiera, sino uno de malo hasta decir basta.

Queda por analizar el cese de la titular de Cultura, Mariàngela Vilallonga. Le daremos en este artículo la importancia que el propio Govern da a ese departamento: ninguna. Y sigan circulando. Hasta que suene la bocina.

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