INICIO DE LA CARRERA CICLISTA POR EXCELENCIA

Un Tour con sabor a otoño

Mucha cosas pueden suspenderse, pero no la ronda francesa, porque después ya todo se va al carajo

Varios ciclistas se sacan fotos en una instalación colocada en el paseo marítimo de Niza con motivo del inicio del Tour de Francia, este viernes 28 de agosto

Varios ciclistas se sacan fotos en una instalación colocada en el paseo marítimo de Niza con motivo del inicio del Tour de Francia, este viernes 28 de agosto / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Si hay un deporte cargado de emotividad e historia, ese es el ciclismo; y si hay una ronda donde la mitología y la liturgia llegan al cénit, esa ronda se llama Tour de Francia. Podríamos imitar a esa deliciosa comedia inglesa de los años 60 ('Si hoy es martes, esto es Bélgica'), y titular "Si se corre el Tour es que estamos en julio". Todos asociamos la carrera a través del hexágono francés a ese peculiar perfume de las tardes somnolientas y plácidas, deshilachados en el sofá mientras los esforzados de la ruta se rompen las piernas en el Macizo Central o llegan exhaustos al Mont Ventoux. Percibimos el mes de julio como aquella época del año en que aparece el Tour en nuestras vidas, y es entonces cuando – enclaustrados en casa con aire acondicionado o siguiendo a los ciclistas por las cumbres de los Pirineos– se conjuran los fantasmas de todos aquellos que nos hicieron suspirar por este deporte inhumano: desde la mitología antigua de los Bartali, Coppi y Bobet, hasta las más recientes epopeyas de Induráin, Nibali y Froome, pasando, claro, por la época dorada de Bahamontes, Merckx, Anquetil, Ocaña y Poulidor. Lo dejó claro Paolo Conte en su canción dedicada al heroico Bartali: un hombre está sentado en un guardarraíl de la carretera mientras espera que llegue el italiano de "la nariz triste, como una subida". No está para nada, solo espera a Bartali. Es la esencia de este deporte único.

Pero, claro, llegó el virus y se fueron al traste las tardes de julio. Y por poco no se va al traste el Tour entero, como tantas otras cosas. Dos meses después de aquel 27 de junio, sin embargo, Niza acogerá la etapa inicial, como si no hubiera pasado nada, porque hay muchas cosas que pueden aplazarse o suspenderse, pero no el Tour, porque después ya todo se va al carajo. El Tour, no, por el amor de Dios. Pocas cosas nos separan tanto del abismo como este recorrido por las campiñas y las cumbres, por los viñedos y los ríos en femenino, por los adoquines y el por el viento que se eleva inmisericorde. Y aquí está, renacido, sabiéndose extraño, añorando el día de la fiesta nacional y transitando solamente por territorio francés, sin esos inventos recientes para extender la ruta hasta Londres, por ejemplo.  Tres semanas de septiembre con el virus acechando, sin saber cómo andarán los ciclistas y cuánta gente se agolpará en las curvas para verles pasar, llegando a un París que ya estará lleno de mascarillas por orden gubernativa. Este año sin tardes de julio, con metas con sabor a otoño, lo importante no será el nombre del ganador sino la foto multicolor de la serpiente en los Campos Elíseos. "È tutto un complesso di cose che fa sì che io mi fermi qui". Lo decía Paolo Conte: una complejidad de cosas que nos hacen amar el Tour.