Los negacionistas
La conspiración como síntoma
Creer que existe una realidad alternativa, que los gobiernos manipulan u ocultan, proporciona más consuelo en tiempos de incertidubre que explicaciones más prosaicas, como que estos se equivocan

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Mar Calpena
Mar CalpenaPeriodista
Mar Calpena
Incluso harían reír si no dieran tanto miedo. Las teorías de la conspiración no son un fenómeno moderno, pero no es fácil asumir que en la misma ciudad en la que han fallecido miles de ancianos en residencias haya quien se manifieste para decir que el virus es una trola. Pero el fenómeno está proliferando en todo el mundo y temo que aquí encuentre terreno abonado para crecer hasta convertirse en un incendio. Cuando estas teorías alcanzan una masa crítica de crédulos, como ha ocurrido en Estados Unidos con QAnon, su relato comienza a crear política.
En los inocentes años 90, en series como 'Expediente X', se nos presentaba a quienes creían en teorías de la conspiración como a tipos lunáticos, hipercríticos con el sistema, que luchaban por un mundo más justo. Pero lo que hay detrás del fenómeno es menos romántico y más siniestro. Ya en las conspiraciones clásicas, con patrañas ampliamente difundidas como la del antisemita <strong>'Protocolos de los sabios de Sion'</strong>, estas ideas han buscado alimentar el odio hacia un enemigo invisible al que achacar todos los males de la sociedad. Creer que existe una realidad alternativa, que los gobiernos manipulan u ocultan, proporciona más consuelo en tiempos de incertidumbre que explicaciones más prosaicas, como que estos se equivocan, y/o no informan con transparencia.
Me atrevería a aventurar varias razones por las que ahora mismo ha prendido la chispa del negacionismo. Las tecnologías de la información han facilitado la difusión masiva de ideas que antes se hubieran quedado arrinconadas en algún lugar oscuro de internet. Después, porque la escasa formación científica y crítica de los ciudadanos -y en particular, ¡ay!, de los periodistas- nos ha hecho darle la misma importancia mediática, o incluso menos, a un avance científico que a un friki del programa de Iker Jiménez. Y por último, porque los gobiernos no ayudan, con su gestión errática, opaca o propagandística. Las teorías conspiratorias son en realidad síntoma de malestares sociales ocultos, otra enfermedad a atajar antes de que nos consuma.
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