El camino hacia un referéndum

¿Cómo lo hacemos para encontrar una solución?

El éxito solo llegará con el trabajo conjunto de unos y otros sin renuncias previas para que al final de trayecto podamos decidir en referéndum entre dos 'sí': el de una Catalunya en un nuevo encaje con el Estado o el de una independiente

Una urna del 1-O en la Escola Mediterrània de Barcelona

Una urna del 1-O en la Escola Mediterrània de Barcelona / ACN / ELISENDA ROSANAS

Joan Tardà

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Si en el contexto actual, en el que prevalecen tantas incertidumbres de futuro como producto de la crisis pandémica, el independentismo revalida una mayoría en el Parlament significará que no solo había llegado para quedarse sino que es percibido como un buen camino de futuro. El mismo criterio se podría aplicar al Gobierno de coalición español. Efectivamente, si sale adelante (y parece que con bastante éxito) la socialdemocracia española quizá tendrá una nueva oportunidad para regenerar (¡tarea titánica!) el régimen monárquico del 78. Es decir, sanear una arquitectura institucional colonizada por la derecha extrema.

Hace unos días, Rodríguez Zapatero, instalado ahora en el papel de factótum del Consejo de Estado, en el aniversario de la sentencia del Tribunal Constitucional que liquidó el Estatut, hacía referencia a la necesidad de celebrar algún acto de reconciliación raíz de la represión ejercida el 1-O. A la vez, no se privaba de criticar el contenido de la sentencia, aunque no reconocía la dejadez del PSOE en cuanto a la renovación, entonces, de los magistrados. Evidentemente, no hacía ninguna incursión crítica hacia el poder judicial ni solidaria hacia las personas encarceladas o exiliadas. Y, aún más, aunque dejaba ver la necesidad de redimirse ante la historia por un desastre que marcará para siempre su legado, no formulaba categóricamente ninguna solución, solo trampeaba con simpatía las preguntas del periodista.

En definitiva, ni los 'outsiders' cualificados de allí se atreven a dar el paso ni en nada ayudan tampoco los saboteadores de aquí que han torpedeado la consecución, primero, y la operatividad, después, de la mesa de diálogo reclamada por ERC. Porque siempre la han visto con desdén. Todo está por hacer, pues, y conviene retenerlo para ser conscientes de la magnitud del reto. De hecho, a medida que nos vamos acercando a la convocatoria de elecciones costará más encontrar algún mensaje huérfano de propaganda electoral, una razón que nos debería llevar a bajar el balón al suelo para dar unos 'pases' que, por evidentes, son incuestionables. El primero, la mitad de los catalanes son independentistas y, tal vez en el próximo ciclo electoral, pasarán del 50%. La otra mitad, no lo son. Evidentemente estos datos tan contundentes y de tanta trascendencia han sido 'folclorizados' y combatidos por los extremos.

Efectivamente, hay un sector del independentismo que se ha empeñado en ignorarlo. No porque no sepan leer cómo es la sociedad catalana y cómo le falta un apoyo más fuerte, sino porque con la retórica insurgente, también falaz porque a la vez aceptaron participar en las elecciones del 155 del 21-D del 2017, pretenden aparecer como los patriotas de verdad ante unos republicanos a quien quieren calificar de insensibles.

Y los constitucionalistas también sufren esta enfermedad. De hecho, caen en el mismo error de menosprecio de la ciudadanía. Los de allí, tan argumentalmente pasivos como para convertir la timidez de los razonamientos de Rodríguez Zapatero en atrevimiento. Y los de aquí porque, atrincherados en la esperanza de que la riada independentista haya sido producto de una coyuntura determinada y que, a raíz de la nueva situación, las aguas vuelvan a su cauce, han decidido que la mitad de los catalanes tenemos que renunciar a votar la independencia. Leídos los documentos del PSC, escuchadas las posiciones de las personas que patrocinan nuevos partidos políticos y analizadas las contradictorias voces que se oyen en el ámbito político de los "comuns", se me hace difícil entender cómo pueden formular la siguiente pirueta (que viene decir): "un referéndum que integre la opción independencia no es posible, buscamos otra solución que no lo incluya". ¿No nos habíamos reprochado que el gran error de los partidos independentistas había sido excluir a quienes no lo eran? ¿No nos habían asegurado que el proyecto de la República era inviable porque había dejado fuera de la mesa a media Catalunya? ¿Y en cambio a la inversa es bueno? La contradicción es demasiado evidente.

Cosa diferente es cómo deberá ser este referéndum, cómo se llegará a él y cuál es el mejor escenario para afrontarlo. Disfrutamos, sin embargo, de una sociedad civil fuerte, tenemos comprometida la convocatoria de la mesa de diálogo entre gobiernos e iniciaremos una nueva legislatura donde, ante una plausible victoria del pragmatismo de los republicanos, nadie podrá negar la cultura política del no bloqueo que impone el principio de realidad. Efectivamente, si la calle refleja una mitad autonomista y otra independentista y si cualquiera de las partes puede vetar las iniciativas parlamentarias que requieren mayorías amplias, el éxito solo podrá proceder del trabajo conjunto de unos y otros sin renuncias previas, para que al final de trayecto, podamos decidir en referéndum entre dos 'sí': el de una Catalunya en un nuevo encaje con el Estado o el de una Catalunya independiente.

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