Diez años de la sentencia del Estatut

¿Y ahora qué?

Tras una década de alta intensidad disruptiva, lo cierto es que nos hallamos ante un profundo conflicto democrático

Artur Mas lee un ejemplar del Estatut de Catalunya, ayer en el Parlament durante la sesión de control al Govern.

Artur Mas lee un ejemplar del Estatut de Catalunya, ayer en el Parlament durante la sesión de control al Govern.

Enric Marín

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Me gusta decir a los alumnos de Bellaterra que el objeto de la historia no es tanto el estudio del pasado como entender la relación entre el presente, el pasado y el futuro; que necesitamos ir a las raíces para hacer posible un conocimiento radical de un presente que prefigura futuros.

Hace 10 años se hacía pública la sentencia del TC sobre el Estatut del 2006. Una sentencia que objetivamente rompía el pacto constitucional en Catalunya. En el 2017 se organizó un referéndum unilateral y se hizo una proclamación simbólica de independencia. Y, de inmediato, suspensión de la autonomía, prisión, exilio y nueva mayoría parlamentaria independentista... En términos históricos, una década de alta intensidad disruptiva. ¿Y ahora, qué? ¿Qué escenarios de futuro se pueden prefigurar? Algunos, en Madrid, hacen y harán ver que el Estado ganó la apuesta y que todo lo que hay que hacer es mantener la política de castigo. También en Barcelona hay quien hace ver que ya se ganó un referéndum y que lo que toca es encontrar el 'momentum' para hacer la república. Lo cierto, sin embargo, es que estamos ante un profundo conflicto democrático. Un conflicto enquistado en un contexto local e internacional de una extraordinaria complejidad.

¿Qué contexto internacional y local? La lamentable presidencia de Trump ha hecho más evidente la caducidad del orden geopolítico que nació con la caída del muro de Berlín, y la transición a un mundo multipolar en el que el centro de gravedad tiende a situarse entre el sudeste asiático, África y Europa. Las incertidumbres son extraordinarias. Europa, a su vez, parece incapaz de definir un proyecto político y cultural realmente democrático, solidario y federal. Y, a escala doméstica, la <strong>erosión </strong>del prestigio de la <strong>institución monárquica </strong>es solo un síntoma del agotamiento que afecta al régimen político originado con la Segunda Restauración y formalizado con la Constitución de 1978. La covid-19 ha terminado de acelerar e intensificar todas las insuficiencias y dificultades que ya eran observables hace un año.

Prioridades del republicanismo catalán

Dada esta situación, ¿cuáles serían las apuestas más razonables e inteligentes para el republicanismo catalán? Tres, en mi opinión. En primer lugar, hacer frente a la emergencia económica y social apuntalando y reforzando el autogobierno. En segundo lugar, explorar con insistencia y determinación las vías de diálogo con el Gobierno central. Por más justificado que esté el escepticismo, no hay alternativa. Si el diálogo entre el soberanismo catalán y el reformismo español fracasa, el responsable del fracaso perderá toda legitimidad democrática. Y, en tercer lugar, y quizá más importante, recomponer y reforzar la unidad civil de la sociedad catalana. ¿Cómo? Articulando un marco de grandes acuerdos transversales y ampliamente mayoritarios en torno a cinco prioridades: 1) Salida libremente democrática al conflicto; 2) Nuevo contrato social; 3) Pacto de laicidad y de respeto a la diversidad; 4) Nuevo pacto de lenguas; y 5) Tolerancia cero con la corrupción política.

El denominador común de las tres apuestas es profundizar en la cultura democrática.